Padre Mario Arroyo Martínez
Hace unos meses un padre de familia contaba indignado un suceso: “el mejor amigo de mi hijo falleció trágicamente en un accidente automovilístico… Mi hijo fue al velorio, se mostró muy conmovido, asistieron todos sus compañeros. Al volver a casa, a eso de las 10 de la noche, me pidió permiso para ir a una fiesta. Indignado, le respondí que no, que de ninguna forma, que debía respetar el duelo de su amigo. Él respondió que incluso un hermano del difunto, así como bastantes compañeros irían a la fiesta.
Recientemente Benedicto XVI ha vuelto a abordar el espinoso tema del cristianismo y la política, que a primera vista podrían parecer dos realidades por lo menos heterogéneas, cuando no incompatibles o contradictorias. Lo llamativo es que sea precisamente Joseph Ratzinger, el antiguo cardenal que hizo hasta lo indecible por acabar con el maridaje entre religión y política que había forjado la teología de la liberación.
El Año Sacerdotal está llegando a su fin. Independientemente de la “purificación” que ha tenido la Iglesia, y más concretamente los sacerdotes, “purificación” que conduce a la necesidad y el deseo de conversión y penitencia, puede constatarse el clamor del Señor: “la mies es mucha, los trabajadores son pocos, rogad al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Más que centrarnos en lo que está mal, en la parte podrida del fruto, es preciso mirar con esperanza lo mucho que hay por hacer.
Triste e interesante ha sido leer la vorágine de artículos generada por la pedofilia clerical. El escándalo adquirió enormes dimensiones y todavía existe una especie de suspenso sobre como vaya a terminar todo esto. Probablemente no lo sepamos pronto, en el sentido de que la Santa Sede –pienso- será especialmente cautelosa para no tomar determinaciones presionada por el ímpetu de la opinión pública. No se trata de tomar fáciles decisiones “populacheras”, sino de hacer justicia, examen e intentar remediar la situación en la medida en que eso es posible.
El 19 de abril se cumplieron 5 años de aquella tarde en que la “fumata blanca” se vio por encima de la Capilla Sixtina en Roma, para elegir a un nuevo sucesor de San Pedro. Un Papa cuyo cometido no sería nada fácil, había que llenar el enorme hueco dejado por un gigante de la fe, como fue Juan Pablo II. El nuevo Papa, Benedicto XVI era perfectamente consciente de su situación y por ello, al salir recién electo a la Loggia delle benedizioni pidió con sencillez a todos los católicos “orad por mí”.
Durante la Semana Santa, en la ceremonia litúrgica del Jueves Santo por la tarde, se recuerda la institución del sacerdocio por Jesucristo. La Iglesia revive el momento en el cual Jesús celebró su Última Cena y anticipó su Pasión, instituyendo de esta forma el sacerdocio y la eucaristía. A dos milenios de distancia podría parecer que esa institución peligra, amenazada por quedar anegada en el desprestigio moral.
Uno de los temas tabúes de nuestro tiempo es la castidad: se habla y se predica escasamente de ella, tal vez por considerarla poco menos que imposible. No es que sea un “antivalor”, pero ni siquiera es considerada como algo deseable. Efectivamente, a partir de la revolución sexual la felicidad del hombre estribaría en gran medida en el goce sexual desvinculado de cualquier contexto que pretenda darle sentido.
En la sociedad existe una fuerte tendencia para otorgar carta de naturalidad a realidades (y subrayo la palabra “realidades”, son situaciones que ocurren) familiares postmodernas: películas y series televisivas exhiben modelos alternativos de familia, mostrando su “rostro amable”, de forma que pasa a ser una realidad inocua el modo en el que se organice un hogar: su estructura sería secundaria, lo importante estribaría en los sentimientos que aglutinaran a los diferentes miembros de esa “familia”.
En marzo de 2002 siendo un diacono recién ordenado, tuve noticia de los dolorosos hechos acaecidos en Estados Unidos, principalmente en Boston, tristemente protagonizados por sacerdotes. No se si era ingenuidad o crasa ignorancia, pero hasta ese momento no se me había ocurrido que aquello pudiese suceder. Años antes, como todo mundo, me enteré del funesto caso de pedofilia verificado en Bélgica, y que tenía por protagonista a un pastor protestante. Aquello había sido como destapar una cloaca que todavía sigue abierta y de la que aún queda mucho por limpiar.