El 19 de abril se cumplieron 5 años de aquella tarde en que la “fumata blanca” se vio por encima de la Capilla Sixtina en Roma, para elegir a un nuevo sucesor de San Pedro. Un Papa cuyo cometido no sería nada fácil, había que llenar el enorme hueco dejado por un gigante de la fe, como fue Juan Pablo II. El nuevo Papa, Benedicto XVI era perfectamente consciente de su situación y por ello, al salir recién electo a la Loggia delle benedizioni pidió con sencillez a todos los católicos “orad por mí”. El 24 de abril se cumplirán 5 años de la misa de inicio de pontificado, donde era aún más incisivo en su petición de oraciones: “Queridos amigos, en este momento solo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos…” A 5 años de estas humildes peticiones, es buen momento para hacer examen de conciencia personal y ver si acaso no le hemos dejado solo alguna vez.
Los medios de comunicación viven demasiado de la polémica, el escándalo y los golpes de imagen; nos han acostumbrado a la solución fácil, que nada resuelve, vg.: Si pierde un partido la selección, ¡que renuncie el entrenador!, como si aquello nos fuera a quitar lo malos para el fútbol… Las fuertes polémicas verificadas en torno al Papa pueden producirnos una visión sesgada y poco madura de su pontificado: es necesario no quedarnos con el “último escándalo” y apreciar el trabajo hecho a lo largo de un lustro y los esfuerzos hechos para remediar esos lamentables problemas.
Sin la pretensión de ser exhaustivo ni ordenado, me parece oportuno resaltar algunas líneas de fuerza en el pontificado de Benedicto XVI, que para los católicos y muchas otras personas de buena voluntad, constituyen un motivo de agradecimiento al Papa, y una razón de firme esperanza. Desde el inicio del pontificado, está muy claro lo que el Santo Padre busca y hacia donde dirige la Iglesia. Ya en su homilía de inicio de pontificado quedó patente su fuerte tensión ecuménica y de diálogo interreligioso. En los gestos de la ceremonia, a través de los ritos y los símbolos que utilizó, resaltó un intenso acento litúrgico y la centralidad de la liturgia en la vida de la Iglesia. Por último, en la misa con la que inauguró el cónclave en el que a la postre resultaría elegido Papa, expresó con nitidez que su adversario principal -si puede llamársele así- es el relativismo, y para hacerle frente proponía un fecundo diálogo entre fe y razón: Ecumenismo, diálogo interreligioso, diálogo entre fe y razón, y liturgia constituyen los ejes vivos de su magisterio, ¿qué pasos ha dado al respecto?
Podría pensarse que el diálogo interreligioso comenzó con un descalabro: al menos eso parecía, después de su magnífico discurso en Ratisbona, por la fuerte ola de protesta y de violencia desatada por los musulmanes. Confieso que yo pensaba así, y sin embargo, un buen amigo judío, especialista en diálogo interreligioso, poco más de un año después de estos sucesos, me hizo notar como el Papa, con esta provocación, había conseguido hacer lo que ningún papa antes que él, lo que no había sucedido prácticamente desde el s. XII: conseguir que los musulmanes se sentaran a dialogar y a pensar su fe con los cristianos. En efecto, los medios hicieron mucho eco de la violencia desatada por Ratisbona, no así de las conferencias anuales, una en Roma y otra en un país islámico, entre católicos y musulmanes para pensar y dialogar su fe.
En el terreno del ecumenismo, en cambio, el camino ha sido más llano y actualmente muy prometedor: La constitución apostólica por la que se da un cauce jurídico para que las comunidades anglicanas que lo deseen entren en plena comunión con la Iglesia católica, es una prueba de ello. Al día de hoy ya ha habido diócesis enteras que han dado ese paso. A ello hay que agregar los incentivos para fomentar el acercamiento con los miembros de la comunidad San Pio X, último cisma de la Iglesia. En el terreno litúrgico, el rescate del “Rito tridentino” muestra un profundo deseo de expresar con toda su riqueza la belleza y la unidad, la vida de la liturgia en la Iglesia; el Papa, dando este valiente paso incentiva simultáneamente al ecumenismo.
Ecumenismo y diálogo interreligioso se han dado la mano a la hora de hacer frente al secularismo. Así, la Santa Sede ha unido fuerzas con el Patriarca de Moscú Alexis II –ya fallecido- para frenar la descristianización, así como con representantes de las comunidades judía y musulmana, para unir fuerzas frente al vacío de identidad religiosa que propugna el laicismo. Por todo lo anterior, no nos queda sino afirmar: ¡gracias, Santo Padre!