Hace unos meses un padre de familia contaba indignado un suceso: “el mejor amigo de mi hijo falleció trágicamente en un accidente automovilístico… Mi hijo fue al velorio, se mostró muy conmovido, asistieron todos sus compañeros. Al volver a casa, a eso de las 10 de la noche, me pidió permiso para ir a una fiesta. Indignado, le respondí que no, que de ninguna forma, que debía respetar el duelo de su amigo. Él respondió que incluso un hermano del difunto, así como bastantes compañeros irían a la fiesta. Si estaban dolidos debían distraerse y olvidar…” El Papá no retrocedió en su decisión y pese al coraje y la discusión con su hijo, no le permitió salir. Sin embargo le quedó una profunda intranquilidad, ¿cómo podían ser tan superficiales?, ¿qué significaba para ellos la muerte o la pérdida de un ser querido?, ¿cuál es su escala de valores?
Conozco al muchacho, y a mí también me inquietó la situación: no es bebedor ni parrandero, al contrario, es un estudiante responsable que toma con medida. Asustaba en consecuencia la superficialidad y ligereza con la que se toma la vida; si esto es así con un buen estudiante, ¡qué no será con los viciosos!
Sin pretender hacer una teoría de un hecho aislado, si me parece interesante hurgar en las actitudes de las personas, para descubrir la presencia de algunos valores o la ausencia de los mismos. Por contraste, esta semana me tocó celebrar la misa de un difunto, un adulto ya mayor de una familia tradicional, muy arraigada en el pueblo, en su barrio. Me llamó poderosamente la atención como al velarlo en su propia casa, rentaron lonas y sillas, para que la gente fuera a despedir a su amigo, para ello ocuparon toda la acera y parte de la calle. Al acercarse el momento de la misa, no dudaron en ocupar toda la calle para hacer la procesión desde la casa a la Iglesia, le pesara a quien le pesara; por supuesto no hubo claxon ni nada por el estilo que rompiera la solemnidad de la procesión.
Me encontraba ante dos modos de afrontar una misma realidad: la muerte. Me inquietaba pensar que el primero era el de los jóvenes, es decir, el que va abriéndose paso y tiene futuro; el segundo considero que estará cada vez más relegado al ámbito del folklore, de lo marginal. ¿Por qué me parece mal la actitud del joven? En el fondo considero que es demasiado pragmática, y conduce a ver la vida con excesiva ligereza: disfruta, pásalo bien, que nada te lo impida. Quita autenticidad a los sentimientos: ¿qué significa una manifestación de dolor, seguida a las pocas horas del jolgorio de una fiesta? ¿Cuál de los dos sentimientos es el auténtico?, ¿el dolor?, ¿la alegría?, ¿ninguno de los dos?
Más aún, la muerte siempre nos ha invitado a reflexionar sobre el sentido de la vida, de lo que hacemos. La procesión lenta hacia la Iglesia o el cementerio muestran que ya no hay prisa, no se debe correr, e invitan a hacer un parón en honor del ser querido, pero también en beneficio propio: ¿a dónde me dirijo con tantas carreras?, ¿para qué?, ¿en qué van a terminar todos mis agobios? Si paso directamente del velorio a la fiesta desperdicio una oportunidad excepcional de meditar sobre el rumbo que va tomando mi vida, y muestro que mis sentimientos y actitudes carecen de hondura, los sucesos apenas dejan mella en el alma y solo los vivo como espectador, más que como protagonista.
La cultura del realismo excesivo: películas, videos, “you tube”, reality shows, etc., nos han colocado paradójicamente en una situación de irrealidad: confundimos lo que nos sucede con lo que vemos, dándole la misma importancia, o reaccionando según los modelos mediáticos que son imaginarios, no reales. El patrón de conducta es una ficción artificiosa, que por ser preestablecida me da seguridad, sin permitírseme la oportunidad de reflexionar sobre si realmente se trata de la respuesta conductual adecuada.
¿Qué significa el luto? En definitiva que no me da lo mismo el hecho de que una persona haya dejado de estar entre nosotros y el llevarlo manifiesto que ello afecta de alguna forma mi vida: el vestido, las actitudes o las actividades que realizo o de las que prescindo: en suma se trata de una forma de vivir la virtud de la piedad o la fraternidad y el respeto con mis semejantes, que es deseable no se pierda, por manifestar aprecio y consideración al valor de la vida humana y la dignidad de la persona.