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Jesucristo

Quién pudiera ser verdadero hombre del Reino

Cuántas veces en esos días virginalmente blancos con su cielo profundamente azul, o en esas noches serenas y transparentes, al llevar la vista corporal para contemplarlos, los ojos de mi alma los penetra más allá de donde no puedo ver; y me encuentro contemplando a Cristo en su serenidad inmutable, pensando en el establecimiento de su Reino para la salvación de los hombres y la glorificación de su Padre.

Qué es amar a Cristo

Sólo cuando se ama a Cristo, se puede ir adelante arrolladoramente. Y se ama a Cristo cuando se piensa como Él, cuando se siente como Él, cuando se quiere como Él, cuando se busca lo que Él busca, cuando se ama lo que Él ama, cuando se vive obsesionado por los intereses que Él tiene y no por los propios intereses, por los mezquinos intereses personales; entonces se ama a Cristo. Y se ora, fíjense ustedes bien, se hace oración, y se reza cuando se ama a Cristo. Cuando no, analicen ustedes a ver si oran y a ver si rezan.

Una medida superior de vivir y amar

No olvidéis nunca que vuestra vocación es una fe. Fe en el triunfo de vuestra vida; fe en que no seréis defraudados en nada de lo que confiadamente habéis entregado. No os habéis negado a vivir, ni a amar; sino que habéis descubierto una medida superior de vivir y amar: Cristo; no sin misterios, no sin luchas, no sin dolor; todo esto es humano y Dios no nos deshumaniza cuando nos llama; deshumanizados no le interesaríamos. El misterio hermoso de vuestra vida es esa cruz que forma el encuentro de lo humano y lo divino en vosotros.

Con Él todo se ilumina

Sin Cristo la vida con sus placeres y comodidades no significaría nada para mí; aún más, me parecería inmensamente triste y cruel. Pero con Él todo se ilumina, todo gana un sentido, todo se hace amable y bello, incluso la cruz, todo se llena de esperanza, todo se hace huella de Dios. ¡Qué hermosa y bella es la vida humana, especialmente la vida consagrada, a la luz del amor de Cristo y qué fácil la fidelidad!

Cristo, culmen de nuestras aspiraciones

Todo encuentro con Cristo nos trae paz, alegría, y es fuente de nuevas energías. Eso es porque el verdadero encuentro con Cristo supone un estado de amistad con Él, estado de gracia, lejos del pecado que es la tragedia más amarga del hombre, y lejos de nosotros mismos que somos egoísmo y miseria. El hombre encuentra en Cristo resucitado el culmen de sus aspiraciones y vuelve a ver, como en las aguas cristalinas de una fuente, el reflejo de la imagen que Dios le imprimió el día de su creación.

Pronunciar su nombre en el corazon

¡Jesucristo! Pronunciar ese nombre es algo trascendente, que no lo comprende quien lo dice con los labios y no con el corazón, la inteligencia, la voluntad y la vida. Los que de verdad lo han pronunciado como la respuesta, el único necesario, el todo, Dios..., o con esos títulos dulces del Evangelio, detrás de cada cual se esconde una experiencia íntima de Jesucristo: "el Señor", "el maestro", "el Hijo de Dios vivo", "el Cristo"..., o como Él mismo se nombraba y tantos así lo experimentaron: "el camino, la verdad y la vida", "la resurrección y la vida".

Cristo, el amigo fiel

Mi experiencia personal ha sido ésta: cuando todo me ha fallado: amistades, ayuda de los hombres; cuando la persecución se ha asomado a mis puertas, entonces lo único que me sostenía era la figura adorada y real de Cristo. Y el día de mañana, cuando los hombres se olviden de nosotros solamente una cruz, y en ella Cristo, seguirá abrazando nuestra sepultura como guardián eterno de una amistad comenzada en esta tierra.

Jesucristo es profundo

Jesucristo es profundo y no se da a quien no se entrega, ni al mercenario de medio tiempo, ni al entretenido con ilusiones parásitas, ni a quien piensa alcanzarlo al precio de un fervor pasajero. Jesucristo pide plenitud en el don, sacrificio: bajar hasta el fondo de uno mismo, arrancarse de raíz y trasplantarse hacia Él. Y todo esto sin poesía fatua.

Céntrese sólo en Jesucristo

Olvídese de todo y céntrese sólo en Cristo. Que Él y sus cosas sean la aspiración única de todos sus actos, y que nada lo distraiga o separe de esta meta. Que ese haber encontrado en Cristo su centro, no sea sólo un sedante psicológico o un misticismo romántico, sino un llenarse de madurez, de celo, de garra, de ansias de conquistarse cada día en profundidad y de darse con programa y exigencia a los demás.

Convenceos de Cristo

Convenceos de Cristo. No lo reduzcáis, como tantos otros, a una ilusión pasajera que llenó los años de la juventud de vuestra vida "mientras venían otras cosas"... otras cosas que los dejaron sin Cristo y sin ellos mismos; creyéndose maduros cuando habían destrozado la conciencia y sin freno, "liberados", hacían lo que les venía en gana: creyéndose maduros cuando se habían mezclado con los que bajaban a la fosa, sin rumbo, sin saber por qué, sin saber a dónde.