Jesucristo es profundo y no se da a quien no se entrega, ni al mercenario de medio tiempo, ni al entretenido con ilusiones parásitas, ni a quien piensa alcanzarlo al precio de un fervor pasajero. Jesucristo pide plenitud en el don, sacrificio: bajar hasta el fondo de uno mismo, arrancarse de raíz y trasplantarse hacia Él. Y todo esto sin poesía fatua.