¡Jesucristo! Pronunciar ese nombre es algo trascendente, que no lo comprende quien lo dice con los labios y no con el corazón, la inteligencia, la voluntad y la vida. Los que de verdad lo han pronunciado como la respuesta, el único necesario, el todo, Dios..., o con esos títulos dulces del Evangelio, detrás de cada cual se esconde una experiencia íntima de Jesucristo: "el Señor", "el maestro", "el Hijo de Dios vivo", "el Cristo"..., o como Él mismo se nombraba y tantos así lo experimentaron: "el camino, la verdad y la vida", "la resurrección y la vida". Recuerda aquella vida luminosa de san Pablo, a quien del odio se pasó a Jesucristo y quedó saciado aquel insaciable que no era, precisamente, un espíritu blando y conformista. Recuerda aquellas frases en que plasmaba su experiencia: "Para mí, vivir es Cristo..." "Deseo disolverme y estar con Cristo..." "Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo..."