Todo encuentro con Cristo nos trae paz, alegría, y es fuente de nuevas energías. Eso es porque el verdadero encuentro con Cristo supone un estado de amistad con Él, estado de gracia, lejos del pecado que es la tragedia más amarga del hombre, y lejos de nosotros mismos que somos egoísmo y miseria. El hombre encuentra en Cristo resucitado el culmen de sus aspiraciones y vuelve a ver, como en las aguas cristalinas de una fuente, el reflejo de la imagen que Dios le imprimió el día de su creación.
La consecuencia irreversible de nuestro encuentro con Cristo es el testimonio de nuestras vidas. Los apóstoles, una vez constatada la resurrección de Cristo, serán su testimonio con su palabra, con sus obras y con su vida misma en aras del martirio supremo de la sangre.