Olvídese de todo y céntrese sólo en Cristo. Que Él y sus cosas sean la aspiración única de todos sus actos, y que nada lo distraiga o separe de esta meta. Que ese haber encontrado en Cristo su centro, no sea sólo un sedante psicológico o un misticismo romántico, sino un llenarse de madurez, de celo, de garra, de ansias de conquistarse cada día en profundidad y de darse con programa y exigencia a los demás.