No olvidéis nunca que vuestra vocación es una fe. Fe en el triunfo de vuestra vida; fe en que no seréis defraudados en nada de lo que confiadamente habéis entregado. No os habéis negado a vivir, ni a amar; sino que habéis descubierto una medida superior de vivir y amar: Cristo; no sin misterios, no sin luchas, no sin dolor; todo esto es humano y Dios no nos deshumaniza cuando nos llama; deshumanizados no le interesaríamos. El misterio hermoso de vuestra vida es esa cruz que forma el encuentro de lo humano y lo divino en vosotros. No pidáis ser consolados en el mundo, cuando Cristo os pide estar abiertos a más; no pidáis reposo, cuando Cristo os pide y os llama a subir más arriba; no pidáis la paz, cuando Cristo os pide estar en acto de entrega y en pie de lucha.