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Dirige todo desde el principio hasta el fín

Y no termina aquí el misterio espléndido de nuestra unidad, pues a todos Cristo nos ha enviado a luchar por su Reino así como el Padre le envió a Él. Y el Reino es una tarea a realizar en común, porque en él unos siembran y otros recogen y no todos pueden realizar el mismo acto. Y aunque existe la pluralidad de funciones, según el don que cada uno ha recibido, todas se integran en la edificación del Reino de Cristo, por el Espíritu Santo que obra todo en todos, y dirige todo desde el principio hasta el fin.

Guía y artífice de la obra de la redención

Nos encontramos en la obra de Jesucristo al Espíritu Santo como guía y artífice de la misma. Lo encontramos en el umbral mismo de la vida de Jesucristo: en la Encarnación como hacedor de la misma; y nos lo volvemos a encontrar al final sellando la obra redentora de Cristo, el día de Pentecostés. Está presente a lo largo de su vida toda: lo conduce al desierto, lo unge en el Jordán, y se establece entre los dos una perfecta unión de tal manera que el espíritu de Cristo es el Espíritu Santo.

Él habla en el silencio

El silencio tiene por fin atender a las inspiraciones del Espíritu Santo que habita dentro de nuestra alma. Dios no habla en el tumulto de impresiones, ni en la disipación. Cuando el alma está en silencio interior y exterior, cuando el alma está recogida dentro de sí, entonces es cuando Dios habla y cuando el alma puede escucharlo. Muchas veces el Espíritu Santo
está clamando con gemidos inenarrables, pero el alma no los oye porque
se encuentra fuera de sí, atenta a lo que sucede fuera.

Déjate llevar por sus inspiraciones

Muchas veces nos preocupamos sin necesidad por el problema de nuestra santificación. Quisiéramos encontrar un camino nuevo, particular. Y digo que sin necesidad porque Dios tiene el camino trazado y el Espíritu Santo es el artífice de nuestra santificación, no tenemos más que dejarnos llevar. Déjese llevar por sus inspiraciones; con suavidad, con delicadeza, con constancia corresponda a todas ellas.

Qué es amar a Cristo

Sólo cuando se ama a Cristo, se puede ir adelante arrolladoramente. Y se ama a Cristo cuando se piensa como Él, cuando se siente como Él, cuando se quiere como Él, cuando se busca lo que Él busca, cuando se ama lo que Él ama, cuando se vive obsesionado por los intereses que Él tiene y no por los propios intereses, por los mezquinos intereses personales; entonces se ama a Cristo. Y se ora, fíjense ustedes bien, se hace oración, y se reza cuando se ama a Cristo. Cuando no, analicen ustedes a ver si oran y a ver si rezan.

Una medida superior de vivir y amar

No olvidéis nunca que vuestra vocación es una fe. Fe en el triunfo de vuestra vida; fe en que no seréis defraudados en nada de lo que confiadamente habéis entregado. No os habéis negado a vivir, ni a amar; sino que habéis descubierto una medida superior de vivir y amar: Cristo; no sin misterios, no sin luchas, no sin dolor; todo esto es humano y Dios no nos deshumaniza cuando nos llama; deshumanizados no le interesaríamos. El misterio hermoso de vuestra vida es esa cruz que forma el encuentro de lo humano y lo divino en vosotros.

Con Él todo se ilumina

Sin Cristo la vida con sus placeres y comodidades no significaría nada para mí; aún más, me parecería inmensamente triste y cruel. Pero con Él todo se ilumina, todo gana un sentido, todo se hace amable y bello, incluso la cruz, todo se llena de esperanza, todo se hace huella de Dios. ¡Qué hermosa y bella es la vida humana, especialmente la vida consagrada, a la luz del amor de Cristo y qué fácil la fidelidad!

Cristo, culmen de nuestras aspiraciones

Todo encuentro con Cristo nos trae paz, alegría, y es fuente de nuevas energías. Eso es porque el verdadero encuentro con Cristo supone un estado de amistad con Él, estado de gracia, lejos del pecado que es la tragedia más amarga del hombre, y lejos de nosotros mismos que somos egoísmo y miseria. El hombre encuentra en Cristo resucitado el culmen de sus aspiraciones y vuelve a ver, como en las aguas cristalinas de una fuente, el reflejo de la imagen que Dios le imprimió el día de su creación.

Pronunciar su nombre en el corazon

¡Jesucristo! Pronunciar ese nombre es algo trascendente, que no lo comprende quien lo dice con los labios y no con el corazón, la inteligencia, la voluntad y la vida. Los que de verdad lo han pronunciado como la respuesta, el único necesario, el todo, Dios..., o con esos títulos dulces del Evangelio, detrás de cada cual se esconde una experiencia íntima de Jesucristo: "el Señor", "el maestro", "el Hijo de Dios vivo", "el Cristo"..., o como Él mismo se nombraba y tantos así lo experimentaron: "el camino, la verdad y la vida", "la resurrección y la vida".