Nos encontramos en la obra de Jesucristo al Espíritu Santo como guía y artífice de la misma. Lo encontramos en el umbral mismo de la vida de Jesucristo: en la Encarnación como hacedor de la misma; y nos lo volvemos a encontrar al final sellando la obra redentora de Cristo, el día de Pentecostés. Está presente a lo largo de su vida toda: lo conduce al desierto, lo unge en el Jordán, y se establece entre los dos una perfecta unión de tal manera que el espíritu de Cristo es el Espíritu Santo.