Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, en los que es fácil sucumbir, aun sin darse cuenta; tiempos en que el Espíritu Santo actúa más intensamente que nunca, si cabe hablar de modo humano, para iluminar, apoyar, fortalecer, dar eficacia, arrojo y valentía a cuantos quieren ser apasionadamente fieles a Cristo nuestro Señor. Tiempos hermosos, no de tranquilidad, sino de riesgo y lucha, en que las veinticuatro horas de cada jornada nos permiten dar testimonio de Cristo ante la faz del mundo; tiempos que imagino como en los inicios del cristianismo, en que creer en Jesús acarreaba la proscripción pública, pero en que era hermoso reunirse con los hermanos para la fracción del pan, renovando el ágape fraterno, sintiéndose pocos, como rebañito de Cristo, para ser inmensamente felices en el subsuelo de Roma contándose mutuamente los lentos, pero incontenibles avances de la levadura cristiana en medio de la masa pagana.