Padre Alejandro Cortés González-Báez
Noche de “halloween”
El próximo sábado, según nos lo está recordando la publicidad, cuando las sombras nos cubran, será la famosa noche de brujas. Probablemente algún lector, identificándome como sacerdote, y leyendo el encabezado de este artículo, pueda suponer que en base a argumentos escriturísticos o doctrinales, voy a hacer una valoración moral sobre una costumbre que, como todos sabemos, está muy lejos de ser mexicana, y mucho menos, cristiana.
Nos estamos haciendo viejos
Esta vez se trató de un grupo de señores -ya de ciertas edades- y mi objetivo era ayudarlos a pensar sobre algo muy sencillo: nos estamos haciendo viejos. Así sin rodeos. Ahora bien, los viejos podemos disfrutar de muchas maravillas en esta etapa de la vida como pensar, con más calma, sobre lo que realmente vale la pena. Podemos, con la ventaja de la lejanía, tener una visión más objetiva de la realidad en la que hemos vivido y estamos viviendo. Podemos, también, dar consejos, si es que tenemos la dicha de que alguien nos ponga atención, confiando en nuestra larga experiencia.
Nosotros los tontos
¿Nunca se ha reclamado usted diciéndose ¡que tonto soy! o ¡que tonto fui!? Yo sí. Con frecuencia este tipo de quejas solemos hacerlas cuando nos sabemos engañados. ¡Qué difícil es pensar siempre bien de los demás,
sobre todo cuando los hechos “desde nuestra perspectiva” no tienen más explicación que la mala voluntad de quienes nos defraudan!
Nuestro límite psicológico
Probablemente todos conocemos personas con corazón de monoblock. Individuos quienes parecen gozar maltratando a los demás. Cuando anoto el verbo maltratar no me refiero solamente a quienes golpean o insultan, sino también a quienes no saben “tocar” a sus congéneres como un maestro toca su instrumento favorito; con una delicadeza y respeto que nacen del aprecio, es decir, de conocer el precio o valor de lo que tienen en sus manos.
Nuestro amigo el miedo
Copio el relato de un amigo: “Resulta inolvidable enfrentarse a la indescriptible experiencia de hacer un recorrido navegando por un río dentro de un cañón. Las cosas se ponen especialmente interesantes cuando se pierde el control y uno queda al dominio caprichoso del agua y atorado en las ramas de algún árbol, de esos que no crecen dentro del agua, sino que son arrastrados por las fuertes corrientes hasta que chocan con algunas rocas y allí se quedan como telarañas en espera de sus víctimas.
Oye siñora
“Oye siñora: Yo no sé planchar. Yo no sé lavar. Yo no sé cocinar. Yo no hablo bien español. Yo no sé usar teléfono. En casa de mi familia no hay esas cosas. Yo vengo del rancho. Yo necesito ganar dinero para mandar a mis papás y a mis hermanos. Yo no tengo estudios. Yo no tengo novio, pero yo me quiero juntar con un hombre para no vivir sola y tener hijos.
Orgullo o dignidad
Tengo sobre mi escritorio un pequeño libro que debería estar en las manos de todos los seres humanos, unos cuantos animales y quizás hasta alguna plantita. Su título lo dice todo: “Del resentimiento al perdón”. Bueno no, no lo dice todo, pues sólo dice de lo que se trata, y la verdad es que su autor -Francisco Ugarte Corcuera- trata bastante bien el tema. Nos lleva de la mano entendiendo que el resentimiento es un veneno hasta ubicarnos en el cómo perdonar. La casa editorial es Panorama.
Padres desconocidos
Hay dos películas tituladas: Camino a la perdición y En busca de la felicidad. Ambas tratan el tema de la convivencia y ejemplo de dos papás a sus hijos, en los dos casos los cuatro son varones. Como sus nombres lo indican, dichos filmes son completamente opuestos. Pienso que serían un material estupendo para algún ciclo de cineclub donde se traten temas familiares.