Probablemente todos conocemos personas con corazón de monoblock. Individuos quienes parecen gozar maltratando a los demás. Cuando anoto el verbo maltratar no me refiero solamente a quienes golpean o insultan, sino también a quienes no saben “tocar” a sus congéneres como un maestro toca su instrumento favorito; con una delicadeza y respeto que nacen del aprecio, es decir, de conocer el precio o valor de lo que tienen en sus manos.
El egoísmo -del cual todos somos clientes- suele producir deterioros en la convivencia, con todas sus consecuencias. Ahora bien, dañar a los demás no es un defecto que pertenezca sólo a los desalmados de corazón metálico. Con frecuencia los débiles de carácter, al esconderse dentro de su caparazón de silencio y nostalgia, se desentienden de quienes deben amar y servir, y esos descuidos también son equiparables a los malos tratos.
No sin razón suele decirse que quien no se ama a sí mismo es incapaz de amar adecuadamente a los demás. Aquí entramos a una de las ciencias más difíciles de dominar: la del amor a uno mismo. Michel Esparza, en su libro “La autoestima del cristiano”, trata este tema como sólo los maestros saben hacerlo. La antropología, la psicología y la ascética viajan amablemente de la mano en sus líneas. Recojo algunas notas de su texto:
“El amor propio es, pues, como un virus oculto que, desde dentro, contamina la afectividad. El desprendimiento afectivo es más fácil si el hombre es consciente de su propia dignidad, entre otras cosas porque desaparece su miedo a que otros no le aprecien y hieran así su orgullo. La susceptibilidad, en cambio, suele ser síntoma de inseguridad y de orgullo herido”. En otro momento afirma: “Todos tenemos una determinada capacidad de aguantar peso psicológico. En cuanto nos ponen un kilo de más, nos descompensamos… En las sociedades modernas se ha disparado el número de enfermedades neuróticas. La depresión es actualmente la quinta enfermedad más frecuente en nuestra sociedad y se prevé que, hacia el año 2020, será la segunda más frecuente”.
“¿En qué consiste ese recto amor a uno mismo? Curiosamente, es lo contrario al amor propio: el amor propio disminuye en la medida en que uno se ama rectamente a sí mismo. Dicho al revés: el amor propio se acrecienta en la medida en que se deteriora la relación del hombre consigo mismo. Su insatisfacción personal desaparece en la medida en que vive en paz consigo mismo. El individuo egoísta, en el fondo, más que amarse demasiado a sí mismo, se ama poco o se ama mal”.
El autor distingue, pues, entre “amor propio” como malo y “amor a uno mismo” como bueno. ¿Sabe usted ubicar este límite en su propia vida? ¿No está fácil, verdad?