Tengo sobre mi escritorio un pequeño libro que debería estar en las manos de todos los seres humanos, unos cuantos animales y quizás hasta alguna plantita. Su título lo dice todo: “Del resentimiento al perdón”. Bueno no, no lo dice todo, pues sólo dice de lo que se trata, y la verdad es que su autor -Francisco Ugarte Corcuera- trata bastante bien el tema. Nos lleva de la mano entendiendo que el resentimiento es un veneno hasta ubicarnos en el cómo perdonar. La casa editorial es Panorama.
En su introducción nos dice: “Todos experimentamos una inclinación natural hacia la felicidad. Entre los obstáculos que dificultan la realización de este deseo, el resentimiento suele ser el principal para la mayoría de las personas. Incluso, quien aparentemente reúne muchas condiciones para ser feliz, puede no serlo por estar lleno de resentimientos que le amargan la vida”.
Pues bien, todo fuera como leer un libro para superar tantos motivos acumulados de amargura. Al caso me viene a la memoria lo que un maravillosos amigo médico, a quien Nuestro Señor llamó a su presencia en esta misma semana, contaba como una de sus experiencias más curiosas en su vida profesional. Resulta que a un paciente le entregó una receta donde había anotado las medicinas que se debería aplicar diciéndole: “Se pone esto, y en una semana me viene a ver de nuevo”. Pues resulta que a la semana siguiente el enfermo regresó sin ninguna mejoría, dado que entendió que debería pegarse el papel de la receta en una pierna y para ello lo se lo sujetó con una venda.
Conviene anotar que gran parte del problema que implica perdonar consiste en que la persona ofendida siente la obligación de impartir justicia sobre el agresor, pues de no hacerlo, estaría faltando a la misma virtud consigo misma al permitir la ofensa, es decir, estaría aceptando que se denigre su propia dignidad. Otros consideran que perdonar es una clara manifestación de debilidad de carácter e incluso, algunos llegan a lo considerarlo una torpeza propia de una personalidad enfermiza.
En este tema podemos estar ante situaciones distintas; como por ejemplo en las que el agresor reconoce su culpa y pide perdón, o por el contrario, en la que éste actúa con indiferencia y hasta placer después de haber ofendido, manteniendo una actitud agresiva hacia quien ya agravió.
A pesar de todo, quien se ve ofendido ha de procurar mantenerse en la búsqueda de su propia salud mental tratando de conciliarla con la absolución del culpable, ya que el rencor tiene más calidad de veneno hacia quien guarda rencor, que de castigo hacia el culpable, quien con mucha frecuencia ni siquiera se siente afectado.
“Si los resentimientos son los principales enemigos en nuestras relaciones con los demás, el perdón permite eliminarlos y recobrar el tesoro de la amistad o recuperar el amor que parecía perdido. ¡Qué doloroso resulta perder a un amigo por la sencilla razón de que no se cuenta con la capacidad de perdonar la ofensa!”. “El perdón mantiene vivo el amor, lo renueva, y evita la pérdida de la amistad que es uno de los dones más valiosos de esta vida”. Vale la pena intentarlo.