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Nuestro amigo el miedo

Copio el relato de un amigo: “Resulta inolvidable enfrentarse a la indescriptible experiencia de hacer un recorrido navegando por un río dentro de un cañón. Las cosas se ponen especialmente interesantes cuando se pierde el control y uno queda al dominio caprichoso del agua y atorado en las ramas de algún árbol, de esos que no crecen dentro del agua, sino que son arrastrados por las fuertes corrientes hasta que chocan con algunas rocas y allí se quedan como telarañas en espera de sus víctimas.

“Pues bien, he de reconocer que en contra de lo que mi vanidad me exigía, dado que la fama de aventureros se puede venir abajo a gran velocidad como un globo desinflado, preferí abandonar la expedición y emprendí el regreso por una de las paredes de aquel cañón hasta salir de él, a pesar de que me esperaban muchos kilómetros de caminata.

“Mi compañeros decidieron seguir, haciéndose cargo de mi kayak, dado que conocían aquellos acuáticos vericuetos. Con la promesa de reunirnos horas más tarde en un punto acordado y así cada quien tomó derroteros distintos. Sin embargo, por los motivos que sean, las cosas no transcurrieron de acuerdo a los planes, entre otras cosas por que uno de nosotros (entiéndase yo) no conocía la topografía de aquellos lugares, lo cual, como suele suceder en estos casos, incluye un “plus” a la aventura. Mis amigos tuvieron también sus dificultades, pero y al fin y al cabo, todo terminó bien”. Hasta aquí el relato.

No cabe duda que con el paso de los años uno tiene oportunidad de aprender a ser más prudente a base de hacerle caso al miedo, pues el miedo, como el dolor, son sistemas de protección. En el hombre, de forma semejante a los animales, encontramos un instinto de conservación al que algunos filósofos nombran: “cogitativa” y “estimativa”, respectivamente. La diferencia está en que el hombre tiene la capacidad de “inventar” soluciones diversas para protegerse ante los peligros, y los animales sólo huyen o atacan al agresor, sin capacidad de ingeniar métodos, instrumentos o aparatos.

En contra de lo que opinen algunos “green pace” le doy gracias a Dios por haberme hecho hombre y no animal. Aquí bien cabe la expresión de que “no somos iguales”.

Por otra parte, me parece de justicia testimoniar a favor del oficial Alejandro López, miembro de la Policía Fiscal Federal apostada en Ojinaga, Chihuahua, por haber auxiliado a estos excursionistas, si bien, no en labores de rescate, sí de logística y transporte, con iniciativa, prudencia y gran eficacia, según me contaron después. Honor a quien honor merece. Este es uno más de los innumerables ejemplos de que existen servidores públicos quienes saben qué hacer cuando se trata de ayudar a los demás.