02/08 Domingo 10 de febrero 2008
Daniel, el menor de sus hermanos, regresa feliz a casa con unos zapatos muy viejos. Tanto así que su mamá le pregunta por qué. -Me encontré a Felipe y yo le pregunté por qué sus zapatos tan viejos… -Mi mamá no tiene para comprarme otros, me dijo… Nos sentamos en la calle y se probó los míos. Le venían bien, nos los cambiamos y Felipe se fue feliz… La mamá de Daniel, entre perpleja y gozosa… Era “algo” de lo que sus padres sembraban. Seguir las huellas de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros.
Me parece que estamos cerca de entender esa difícil lección de vida cristiana que se llama la limosna. Difícil en sí y doblemente devalada. Devaluada cuando se busca más la satisfacción del donante que el bien del necesitado. Éste permanece anónimo en la penumbra, mientras el donante se divierte en una fiesta que mañana se hará pública como evento social. Más devaluada ahora, cuando tantos reprochan a los que dan limosna que así cultivan holgazanes. Es curioso, lo reprochan quienes, sin hacer nada por los demás, contemplan en el inevitable semáforo -rostro severo- desde su confortable vehículo climatizado, la mirada débil del pobre, siempre a la intemperie…
¿Qué piensas, lector, sobre la limosna? ¿Estás seguro de tu postura negativa? ¿Cómo conjugas la caridad de Cristo y la práctica de la limosna hoy? En su mensaje para la Cuaresma de este año 2008, Benedicto XVI nos vuelve a encender con la fe las luces, tal vez mortecinas, de la razón. A cada uno nos toca reflexionar con valentía y actuar, no dando por tan seguro que pensamos bien y todo lo hacemos bien.
Leemos sorprendidos: “Invitándonos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, la Escritura nos enseña que ‘hay mayor felicidad en dar que en recibir’ (Hechos 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2 Corintios 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor, y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría".
***
Viajábamos por la ciudad. El dueño del vehículo obsequió unos pequeños mazapanes a la niñita -cara sucia y mirada limpia- que vendía chicles, y me explicó: es costumbre de mi esposa y mía…
Regresemos al mensaje papal de Cuaresma: “La limosna educa a la generosidad del amor (…). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo ‘todo lo que tenía para vivir’ (Marcos 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee sino lo que es. Toda su persona. Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días inmediatamente precedentes a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se ha hecho pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Corintios 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros”.
***
Tuve la dicha de convivir con San Josemaría. Con frecuencia hacía que nos llevaran de la mesa de su comedor un postre que le habían obsequiado y él deseaba para nosotros. Y este recuerdo me trae a la memoria un detalle más de su vida. Regresaba de hacerse unos análisis clínicos en ayunas. Se detuvieron en una cafetería romana para que desayunara. Servido el ligero desayuno que llaman continental, una mujer pobre se acercó a la mesa pidiendo limosna. La miró con afecto y consiguió que se llevara su desayuno, sin consentir él que la cafetería se lo repusiera, como la responsable y quienes lo acompañaban deseaban: éste fue su gran desayuno...
Al referirse Benedicto XVI a la mujer que dio aquella limosna pequeña -sí, pero era todo lo que poseía-, siguen brillando las luces: “La Cuaresma nos empuja a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándole conseguimos estar dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. ¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno”.
***
Pero, ¡propósitos personales… ingeniosos porque el amor es ingenioso, para esta cuaresma! Todo, menos acostumbraros mezquinamente a no dar o dar poco, ni darnos nosotros. La Cuaresma 2008 será palestra heroica, escuela de virtudes y entrenamiento, para todo el año y para siempre, a vivir en la generosidad del amor. Es tiempo de rectificar y tirar hacia arriba. Ocasión de darnos nosotros a Cristo y a los demás con el don que ofrecemos -sin hacer notar el sacrificio-, y más allá del poco valor aparente de la dádiva.