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La conversión del corazón

La conversión del corazón

 Entre
más cerca de Dios está una persona más sensible es para arrepentirse y
pedir perdón, más consciente es de que debe de cambiar. Juan Pablo II
escribe: "No podemos olvidar que la conversión es un acto interior de
una especial profundidad, en el que el hombre no puede ser sustituido
por los otros, no puede hacerse "reemplazar" por la comunidad."
(Redemptor hominis, n. 20).

Tenemos debilidades y
defectos, pero si amamos al Señor, llegaremos hasta donde Él quiere. Si
hay pesimismo al respecto es por falta de fe. La fe lleva a desear y
lograr lo imposible. Hemos de considerar la incredulidad, y luego la
conversión de Tomás Apóstol, el que metió el dedo en la llaga del
Señor. Empecemos diciendo como él: "Señor mío y Dios mío". Fe es lo que
hace falta.

El Espíritu Santo quiere suscitar en nuestros corazones un incendio de
amor y de afán apostólico. El prodigio más grande del universo es que
Dios transforma a las almas que aman la humildad y se hacen como niños.
En la vida interior el que llega más lejos es el más humilde. Santo no
es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta, el que camina
rumbo a la Casa del Padre.

De lo que pensemos y esperemos de nosotros mismos ahora, depende lo que
seremos dentro de unos años. Una característica de la soberbia es no
querer cambiar, es creer que no necesitamos a Dios, es pensar que las
ideas y los planes propios son los mejores. Dios nos pide más, pide
fruto de pequeños heroísmos, de correspondencia a su gracia.

Puede desalentar ver lo poco que somos, pero el amor de Dios es más
fuerte que el pecado y que la traición. La conversión tiene mucho que
ver con la flexibilidad, con la docilidad, con saber acomodarse a los
planes de Dios. El mejor momento para convertirse es ¡ahora! El Santo
Cura de Ars decía que el mejor momento para cambiar era al asistir a la
Santa Misa. En la oración tiene lugar también esa conversión del alma,
esa purificación del corazón. Nadie sabe pedir lo que conviene, pero el
Espíritu Santo nos lo puede enseñar. Pedirle al Señor: "Acomoda las
circunstancias para que yo haya lo que quieres, para que desee cambiar".

El Concilio Vaticano II dice: "El divorcio entre la fe y la vida diaria
de muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de
nuestra época. Ya en el Antiguo testamento los profetas reprendían con
vehemencia semejante escándalo (Cf. Is 58, 1-12)." (Gaudium et spes,
43).

La Biblia habla de que el reino de Cristo no tendrá fin, de que viene
el Esperado, el hijo de David, a cumplir la promesa..., y la Virgen lo
ve crucificado y hasta allí llega su fe en que se cumplirán las
promesas.

Nos estamos preparando para la Cruz, no olvidarlo. La fe es entrega. Y
Dios pide más, quiere más confianza en Él. La situación se va a poner
más dura, pero atrás está Dios que dice: "Nunca he dejado a nadie que
ha confiado en mí". Entre más dificultades haya más cercano está el
Señor.

Nosotros no podemos decir que estamos convertidos si no vemos las
necesidades de nuestro prójimo, no podemos hablar de conversión
interior si siempre estamos pendiente de los problemas económicos. Hay
que buscar el Reino de dios y lo demás se nos dará por añadidura.

Fe para mover montañas, la montaña de mi soberbia, la montaña de mi
incredulidad. La vida contemplativa es fe, esperanza y caridad. La
dirección espiritual es fe. Detrás de esa persona está la Santísima
Trinidad: Ver allí los designios amorosos de Dios.
La Comunión de los Santos es de fe. Si yo lucho, doy fortaleza a mis
hermanos, si lucho levanto el nivel espiritual de la Iglesia. Entonces
estamos viviendo de amor. Hemos de dar con generosidad la energía
espiritual que necesita el mundo. El amor es lo que va a salvar al
mundo.

El autor de El Principito, Saint-Exupery, dice: Lo esencial es invisible para los ojos.
No hay duda de que vamos a triunfar. No se puede caminar sin fe, es el
fundamento. Y si se camina con fe flaca, se camina cojeando. La fe
trata de las cosas que no están presentes. La fe es de lo que no se ve,
pero estamos convencidos de ello. "Soñad y os quedaréis cortos", decía
San Josemaría Escrivá, eso es fe. Luego el Señor llega antes, más y
mejor. El único problema es la falta de fe. Hay que hacernos amigos de
Santo Tomás Apóstol, por él el Señor dijo: Bienaventurados los que sin
haber visto creen.
El Señor sabe perfectamente lo que me pasa. Sabía lo que le pasaba a
Tomás. Por eso le dice: "Toma tu dedo...". Les dice que lo busquen en
Galilea y no van enseguida, quizás por las dudas de Tomás. 

El profeta Isaías escribe: "Invocarás al Señor, y te oirá benigno;
clamarás, y él te dirá: Aquí estoy. Si arrojares lejos de ti la cadena,
y cesares de extender el dedo, y de hablar neciamente; cuando abrieres
tus entrañas para el hambriento, y consolares al alma angustiada,
nacerá para ti la luz en las tinieblas, y tus tinieblas se convertirán
en claridad de mediodía" (58, 9-11). En otras palabras, es como si el
Señor dijera: Si dejas de hablar lo que no conviene, si pones cariño en
lo que haces, si no dejas que tu alma se llene de aflicciones necias.
No alces tu dedo amenazador, entonces Yo haré lo demás. Comparte tu
alma. Aprende a callar. Yo quiero llenarte de bendiciones; para eso te
pido que te conviertas diariamente, en cosas pequeñas, así te daré una
luz que va a brillas sobre las tinieblas, para que ilumine tu alma. 

"La conversión es cosa de un instante. -La santificación es obra de
toda la vida", escribe San Josemaría Escrivá (Camino, n. 285). La
Virgen es Maestra de fe, sabe que lo mejor son los designios amorosos
de Dios, por eso hay que acudir a ella a cada momento.