Padre Mario Arroyo Martínez
Hace aproximadamente un año concluía el sínodo sobre “La Palabra de Dios”, en el cual obispos de todo el mundo se reunieron en torno al Papa para reflexionar sobre el papel de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia en general y de cada fiel cristiano en particular. Recientemente se publicó la “Exhortación Apostólica Post-Sinodal Verbum Domini”. Otros sucesos eclesiales más perentorios han deslucido probablemente la presentación del texto, fruto maduro del espíritu colegial que anima a la Iglesia y del magisterio pontificio.
El pasado 31 de octubre tuvo lugar una horrible tragedia en Irak: 46 fieles católicos fueron asesinados en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Bagdad. A partir de esa fecha los atentados contra la minoría cristiana han ido sucediéndose continuamente; al redactar esta nota me encuentro con que hace pocas horas otros dos cristianos fueron asesinados a sangre fría dentro de sus casas por extremistas islámicos. Se calcula que alrededor de 1960 cristianos han sido asesinados en Irak desde la caída de Saddam Hussein, lo que ha provocado un éxodo masivo de ellos.
Recientemente el Papa Benedicto XVI dedicó el templo expiatorio de “La Sagrada Familia” proyectado por Gaudí en Barcelona. En la homilía de la Santa Misa hizo unas bellas y profundas reflexiones –apoyado en la liturgia y en la Sagrada Escritura- sobre el templo, la Iglesia y el hombre. ¿Qué relación puede existir entre un sujeto personal, una institución espiritual y una obra arquitectónica? Aparentemente se trata de tres realidades disímbolas que aparecen bellamente engarzadas en la visión del Pontífice.
Una de las tradiciones más características del pueblo mexicano es la del “día de muertos”, que hundiendo sus raíces en el México prehispánico, ha sido convenientemente cristianizada, mostrando admirablemente cómo la fe cristiana puede empapar e impregnar los elementos sanos de cualquier cultura.
Estamos acostumbrados a pensar en el “santo” (obviamente no el luchador de las películas) como un ser particular, hasta cierto punto ajeno a los problemas sociales, que vive pendiente de una realidad trascendente, a la que considera imprescindible. Desde el Vaticano II la Iglesia no se ha cansado de predicar lo contrario: todos estamos llamados a buscar la santidad, cada uno en el lugar que ocupamos en la sociedad. Sin embargo, también hay que decirlo, la grandísima mayoría de las canonizaciones son todavía de sacerdotes y religiosos.
Se podría afirmar que Benedicto XVI simple y sencillamente se descaró con los jóvenes en su reciente viaje al Reino Unido. No se anduvo con rodeos y se fue a lo esencial: “hay algo que deseo enormemente deciros. Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI". ¿Qué espera el Papa de los jóvenes de Escocia y del mundo entero por extensión? ¡Que sean santos!
En su reciente viaje al Reino Unido el Papa Benedicto XVI ofrece a los fieles laicos, es decir, a los fieles comunes y corrientes, de a pie, sin ninguna consagración particular o ministerio eclesial determinado, un potente mensaje, un auténtico desafío y un horizonte atractivo para su vida y su labor cotidiana. Quiere despertar de la apatía, de la modorra y el pesimismo a la parte más consistente –por lo menos numéricamente- de la Iglesia, la parte que puede fecundar y transformar el mundo.
Un indudable indicio de madurez política es la capacidad de colaboración y sinergia que se establece entre los diversos componentes de la sociedad en un estado determinado. En la relación entre la Iglesia y el Estado, entre el ámbito religioso y el civil se descubre con frecuencia si esa madurez se ha alcanzado, o si por el contrario persisten prejuicios e intolerancias entre los diversos actores de la sociedad civil.
Los recientes sucesos legislativos y judiciales en México pueden inducir al desaliento a muchas personas, que impotentes contemplan la prepotencia de legisladores y jueces que perpetran la institucionalización de la barbarie, dando carta de legitimidad al aborto, el matrimonio y la adopción homosexual.