Recientemente el Papa Benedicto XVI dedicó el templo expiatorio de “La Sagrada Familia” proyectado por Gaudí en Barcelona. En la homilía de la Santa Misa hizo unas bellas y profundas reflexiones –apoyado en la liturgia y en la Sagrada Escritura- sobre el templo, la Iglesia y el hombre. ¿Qué relación puede existir entre un sujeto personal, una institución espiritual y una obra arquitectónica? Aparentemente se trata de tres realidades disímbolas que aparecen bellamente engarzadas en la visión del Pontífice.
¿Por qué es importante un templo?, ¿qué relevancia tiene este recinto arquitectónico?, ¿se agota ella en la mera funcionalidad? Gaudí –citado por el Papa- afirma sin ambages: «Un templo [es] la única cosa digna de representar el sentir de un pueblo, ya que la religión es la cosa más elevada en el hombre». La religión expresa sucintamente el alma y la cultura de un pueblo, por ello el edificio religioso de alguna forma las condensa. Sin embargo, la realidad del templo posee una significación aún más profunda, porque es imagen de la Iglesia en su totalidad, y por ello debería –como lo consigue magistralmente “La Sagrada Familia”- introducir en el “Misterio”: “Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la Liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo”.
La Iglesia a su vez es el “lugar” de la comunión con Dios, lo que nos permite trascendernos a nosotros mismos con nuestra cotidianidad, para abrirnos a lo absoluto. Un buen templo evoca esta necesidad de apertura a la trascendencia y la encauza. El templo es entonces signo y símbolo de la Iglesia: no sólo facilita fácticamente esa comunión, sino que la representa. A su vez, la realidad de la Iglesia se comprende mejor siguiendo el esquema del templo, como lugar de encuentro con Dios y de comunión entre los hombres, los cuales, como “piedras vivas” formamos parte de ese “gran templo de Dios” que es la Iglesia.
¿Por qué el templo es un lugar sagrado? La consagración de un templo –como la que acaba de realizar el Papa- lo convierte en un recinto “separado”, es decir “dedicado” a Dios. Que algo sea sagrado significa que se sustrae al uso común –la mera funcionalidad- para dedicarlo a la alabanza divina. No es el uso o la funcionalidad lo que da razón de lo sagrado, sino precisamente el ser separado de lo común y corriente, de forma que significa y dirige su sentido hacia Dios. El templo es un lugar sagrado porque está reservado para Dios y puedo encontrarlo en él. ¿Qué relación tiene eso con el hombre? ¡Que también el hombre es sagrado en la medida en que “contiene” y representa a Dios!
Obviamente no se trata de un “contener” literal, porque Dios es inmenso y trascendente a la creatura; pero así como el templo es signo de la Iglesia, de forma semejante el hombre es “signo de Dios”. Somos “templos de Dios” ahí radica la dignidad absoluta del hombre: contiene a Dios y simboliza a Dios. Por ello afirma el Papa: “todo hombre es un verdadero santuario de Dios, que ha de ser tratado con sumo respeto y cariño, sobre todo cuando se encuentra en necesidad”. La razón de ser del hombre, como la del templo, como la de la Iglesia no se reduce a la mera funcionalidad y eficacia, sino que trascendiendo éstas, se convierte en algo “sagrado”, “separado”, “dedicado” a la gloria divina. San Ireneo resume esta idea afirmando que “la gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios”. En ese sentido, la Iglesia y el templo son parte esencial en la vida de un hombre y un pueblo, porque cooperan para alcanzar la visión de Dios.