Un indudable indicio de madurez política es la capacidad de colaboración y sinergia que se establece entre los diversos componentes de la sociedad en un estado determinado. En la relación entre la Iglesia y el Estado, entre el ámbito religioso y el civil se descubre con frecuencia si esa madurez se ha alcanzado, o si por el contrario persisten prejuicios e intolerancias entre los diversos actores de la sociedad civil.
Recientemente David Cameron, primer ministro de Gran Bretaña, ha ofrecido una auténtica cátedra de colaboración entre Iglesia y Estado, y más ampliamente entre los diversos integrantes de la vida civil (“El Reino Unido da la bienvenida al Papa” en Reforma 16-IX-2010); puede afirmarse en consecuencia que ha demostrado su madurez política y la de su país. Tal vez la palabra clave sea colaboración frente al clásico antagonismo al que estamos acostumbrados. Superando visiones dialécticas trasnochadas en las cuales Iglesia y Estado se enfrentan, ha sabido mostrar como trabajan codo con codo, en multitud de tareas en las que la única beneficiada es la sociedad: “los organismos católicos colaboran con otros grupos de fe en los temas de educación y bienestar para hacer a nuestro país más armonioso y humanitario. Naturalmente, el Estado tiene una función que cumplir en la promoción del bienestar del individuo, pero este trabajo debe complementarse con el que otros realizan, no subvertirlo”. Por contrapartida, la gran afectada por las pugnas entre Estado e Iglesia es la sociedad misma, basta echar una mirada a la tortuosa y violenta historia de nuestro país durante el siglo XIX y la primera mitad del XX.
Frente a escándalos amarillistas y polarizados, Cameron tiene la sensatez de afirmar que “la fe es un don que se debe abrazar, no un problema que se tenga que superar”. No hay que ver a la religión como un problema, sino como una fuerza positiva dentro de la sociedad: no es competencia, ni oposición, sino colaboradora activa en la resolución de los diversos retos sociales. El Premier británico enumera, a modo de ejemplo, una serie de rubros en los que ya es una realidad la colaboración y sinergia entre Iglesia Católica y Gobierno Británico: la lucha por la erradicación de la pobreza, el empeño por alcanzar los objetivos del milenio, la educación, la campaña contra el cambio climático, el empeño por alcanzar la paz mundial. Especialmente sugerente, por venir de quien viene, es el reconocimiento que hace de la labor de la Iglesia en beneficio de los más desfavorecidos, que no puede sino ser “bendecida” por la autoridad civil: “La Iglesia Católica y sus organismos están en el frente de batalla en la lucha contra la pobreza en todo el mundo. Colaboramos con ellos -organizaciones como CAFOD, Trocaire y Caritas- en África, Asia y Latinoamérica. Por ejemplo, en el África Sub-Sahariana, los organismos de la Iglesia Católica en las parroquias locales proporcionan alrededor de la cuarta parte de los servicios básicos de educación y salud, incluyendo a pacientes con SIDA”.
Cameron además reconoce que la Iglesia es pionera en lo que se refiere a fomentar la participación activa de los individuos y sociedades intermedias en bien de la sociedad en su conjunto. Una sociedad es madura en la medida en que se supera tanto el paternalismo populista como la indiferencia egoísta de las sociedades de consumo, es decir, en la medida en que todos nos sentimos responsables de sacarla adelante y trabajamos unidos: “Yo le llamo la Gran Sociedad -donde todos estamos y trabajamos juntos- una sociedad más responsable, donde todos ejerzan sus responsabilidades para con los demás, nuestras familias y comunidades. Las enseñanzas sociales de la Iglesia Católica han propugnado algo similar desde hace más de un siglo”.
En definitiva la fe ni es un problema, ni es irrelevante para la sociedad. Al contrario, esconde una gran riqueza y fuerza que ayudan a conseguir el bien común. Frente a las actitudes dogmáticas del secularismo, Cameron puede afirmar con serenidad: “La visita del Papa tiene que ser bien recibida no sólo por los católicos del Reino Unido, o por gente de fe en general, sino por todos los que valoramos las contribuciones de los grupos de fe a nuestra sociedad, y por quienes comprenden que quizás no siempre estemos de acuerdo con la Santa Sede, pero eso no debe impedir que reconozcamos que el mensaje general de ésta puede ayudar a plantearnos preguntas sobre nuestra sociedad y la forma en que nos tratamos nosotros mismos y a los demás”. Tiene la apertura mental para reconocer la aportación positiva de la fe en general y la Iglesia en particular a la sociedad, lo que no significa que siempre estén de acuerdo, ni que la Iglesia busque imponer sus dogmas a los no creyentes; es decir, nos ofrece una visión desapasionada y madura de la sociedad real y sus actores, visión de la que acaso podamos aprender para superar traumas del pasado.