Padre Fernando Pascual L.C.
La primera encíclica del Papa Benedicto XVI, Deus caritas est, está dedicada al tema del amor. Al profundizar, en la primera parte, en los datos esenciales del amor de Dios, el Papa realiza una interesante confrontación entre dos términos que, durante siglos, han servido para hablar del amor: eros y ágape.
Vale la pena recordarlo: la ciencia llega hasta donde puede llegar, y luego se detiene. No es capaz de eliminar la muerte, no puede suprimir la angustia, no consigue erradicar las injusticias, no impone la paz entre los enemigos, no construye un mundo capaz de durar indefinidamente.
“En espera del sacerdote” (7-11-2005)
Durante el sínodo de los obispos dedicado al tema de la Eucaristía (octubre de 2005) se discutió en numerosas ocasiones sobre el problema de la falta de sacerdotes.
En muchos lugares del mundo no hay sacerdotes o los sacerdotes deben atender simultáneamente varias comunidades. Por este motivo, hay poblados en los que durante semanas, meses, o incluso años, no se celebra la Eucaristía. Es decir, no se vive plenamente el domingo, pues “sin Eucaristía no podemos vivir”.
Nos impresiona pensar que alguien depende de nosotros, que su vida está en nuestras manos. Un niño pequeño, un anciano en situación de invalidez, un enfermo mental, nos necesitan, nos piden que estemos a su lado para ofrecer cariño, ayuda, comprensión.
¿Quién es Jesús de Nazaret? La pregunta no ha perdido su actualidad. Tal vez hoy, en sociedades que se dicen cristianas, se puede aplicar lo que dijo san Juan Bautista: “en medio de vosotros hay uno al que no conocéis” (Jn 1,26).
Seguramente hemos oído hablar de Cristo. En casa o en la escuela, en la parroquia o en un grupo de amigos. Jesús pertenece a la historia de muchos pueblos. Aparece en muchas iglesias, o en las cruces puestas en lo alto de las montañas o en los cruces de caminos.
Cristo asciende a los cielos, regresa con su Padre. ¿Quedamos solos, sin el Maestro? ¿Perdemos la esperanza, la paz, la vida? ¿Empezamos a vivir como huérfanos, sin norte, sin luz, sin alegría? Cristo parte. Pero sin dejarnos, porque nos prometió su Espíritu, porque sigue en su Iglesia, porque lo tocamos, lo comemos, lo abrazamos en la Eucaristía. Mantiene cada día su Palabra: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
La marcha de la vida nos llena de acontecimientos. Hay momentos en los que todo parece ir mal. Un accidente, una muerte extraña de un familiar, el inicio de un juicio, problemas y discusiones por parte de la herencia, una calumnia lanzada al vuelo por quien antes parecía un amigo, tal vez un secuestro o un crimen. Se asoman, detrás de cualquier esquina, peligros y amenazas, enfermedades y accidentes. Nadie puede sentirse seguro: ni los jóvenes ni los ancianos, ni los “buenos” ni los “malos”, ni los ricos ni los pobres.
“Estoy tetrapléjica, apenas veo, no puedo hablar, me alimento y respiro de manera artificial y dependo de los demás absolutamente para todo. Mi materia está presa, pero mis pensamientos y sentimientos son libres. Nadie puede pensar o sentir por mí. En eso y sólo en eso soy libre. No faltan los que opinan que soy un vegetal y que mi vida no tiene valor ni sentido, pero un vegetal que piensa y siente puede ser capaz de escribir y hacer pensar y sentir a los demás.
Dar un sí sin condiciones no es algo fácil ni frecuente. Dar un sí sin condiciones a Dios nos puede llenar de miedo o de sorpresas. Quizá alguno piense que Dios sea un poco despótico, y por eso muchos prefieren conservar su libertad a cualquier precio, tener entre sus manos el polvo de su historia antes que abandonarse para que Dios los conduzca hacia lo desconocido.
¿Qué desean encontrar los fieles en el sacerdote? Cuando llega el nuevo párroco a una comunidad, la gente mantiene una actitud de expectativa. Quiere ver, quiere conocer, quiere formarse una idea del recién llegado. Luego dirán si es el que esperaban, o si todavía tendrán que aguardar a que lleguen mejores tiempos.