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En medio de nosotros...

¿Quién es Jesús de Nazaret? La pregunta no ha perdido su actualidad. Tal vez hoy, en sociedades que se dicen cristianas, se puede aplicar lo que dijo san Juan Bautista: “en medio de vosotros hay uno al que no conocéis” (Jn 1,26).

Seguramente hemos oído hablar de Cristo. En casa o en la escuela, en la parroquia o en un grupo de amigos. Jesús pertenece a la historia de muchos pueblos. Aparece en muchas iglesias, o en las cruces puestas en lo alto de las montañas o en los cruces de caminos.

Pero la pregunta sigue en pie. ¿Quién es Jesús? ¿Lo conocemos? Tendríamos que redescubrir, aceptar, que ya está “en medio de nosotros”, aunque no siempre lo sentimos a nuestro lado.

Está en el Evangelio, ese libro tan maravilloso que nos habla de sus enseñanzas, sus milagros, su pasión y su victoria (que también es nuestra). Está de un modo más profundo, íntimo y público, en cada misa. Desde las manos y palabras del sacerdote se hace presente el misterio de su venida al mundo, su muerte, su resurrección. Está en el sagrario, en ese lugar de las iglesias señalado por una pequeña lámpara roja; allí espera y se ofrece a todos, con una disponibilidad que no tiene límites, que no se cansa, que no “cierra la oficina”.

Está en la caridad de tantos miles de sacerdotes, religiosos, religiosas, personas comunes, que sirven a sus prójimos: enfermos, ancianos, niños, drogadictos, minusválidos.

Jesús sigue en medio de nosotros. Después de 2000 años, muchos no le conocen, no han descubierto su amor, no han sentido la caricia de su misericordia en el sacramento de la Penitencia, no han podido zambullirse en su corazón a través de la Eucaristía, no lo han tocado en el testimonio de caridad de sus hermanos.

Hay que abrir los ojos, hay que quitar escamas de tibieza o de rutina. Hay que iniciar el camino austero, sencillo, de la conversión, para poder descubrir que Jesús ya está aquí, a nuestro lado.

Necesitamos escuchar de nuevo la voz de Juan el Bautista que nos invita a ser honestos, a dejar el mundo del pecado, a cortar toda ambición y a condividir lo que tenemos (nuestro dinero, nuestro tiempo) con los necesitados, con los que esperan algo de consuelo y esperanza. Así, sólo así, descubriremos al Cordero...

Tal vez hoy tendré un momento para hablarle, para escuchar su voz. Me dirá que me conoce y me ama como nadie puede hacerlo. Me dirá: “no temas, yo estoy contigo. Levántate y anda, sereno y confiado, conmigo, hacia el encuentro con mi Padre, que es también el Padre vuestro”.