Vale la pena recordarlo: la ciencia llega hasta donde puede llegar, y luego se detiene. No es capaz de eliminar la muerte, no puede suprimir la angustia, no consigue erradicar las injusticias, no impone la paz entre los enemigos, no construye un mundo capaz de durar indefinidamente.
Entonces, ¿qué nos da la ciencia? Gracias a ella existen edificios magníficos, medicinas muy provechosas, técnicas de cultivo más eficaces. Sin la ciencia sería imposible comunicarnos con la agilidad y la rapidez que hoy nos resultan casi normales.
Pero la ciencia ha llevado también a la construcción de bombas atómicas, al desarrollo y uso de instrumentos para provocar el aborto, a las fábricas que contaminan nuestros ríos y ciudades.
La ciencia, la técnica, no son capaces de llenar el deseo más profundo que radica en cada corazón humano. Necesitamos algo que transforme, que ilumine nuestra existencia terrena en sus exigencias más radicales y que nos abra al horizonte de lo eterno.
Sólo cuando descubramos que existe un Dios enamorado del hombre, que vino al mundo para ofrecernos la salvación, que piensa en mí y en mis vecinos, en los de cerca y los de lejos... Sólo cuando sepamos, con esa certeza de la fe, que el mundo no es un simple resultado de casualidades sin motivo, ni la consecuencia de leyes férreas y vacías... Sólo cuando toquemos la presencia continua del Hijo encarnado, del Espíritu del consuelo, del Padre de la misericordia, entonces podremos levantar el corazón, caminar con la alegría de una esperanza plena, grande.
“La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida»” (Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 27).
Vivir en la esperanza, esperar el don de la vida plena: así recorremos el camino de esta maravillosa etapa terrena. Con el pasar de las horas, se hace más cercana la meta. Pero ya ahora, en estos momentos, en este día gris o luminoso, con mis ilusiones y mis penas, sé que tengo un Padre que me ama, sé que hay una Mano que me lleva por los caminos hacia un encuentro eterno de justicia y de gracia.