Padre Fernando Pascual L.C.
En algunos lugares la programación neurolingüística está de moda. Es presentada como un medio para reformular el propio modo de ver las cosas. Para abrir los ojos, el corazón, la mente, a nuevas perspectivas. Para afrontar la vida más allá de los límites de tensiones y prejuicios que se han incrustado con mayor o menor profundidad a lo largo de los años.
Dos amigos discuten. ¿El tema? La prensa acaba de publicar acusaciones contra un famoso hombre del mundo de la banca. Le llamaremos simplemente “Fulano”.
Quienes antes lo alababan y se declaraban “amigos”, dejan de lado, poco a poco, al acusado. Los enemigos se ensañan contra el gobierno, contra el acusado, contra los bancos. Un juez ha abierto un expediente y pronto iniciará el juicio.
-Parece mentira. Fulano, al que muchos tenían por honesto, ya ha mostrado lo de siempre: que quien con dinero anda no tarda en corromperse.
Muchos tenemos el deseo de controlar el presente y el futuro, y hacemos todo lo posible para lograr esta meta.
Preparar bien los detalles de un viaje, ir a una revisión médica, hablar con un experto de negocios para que nos ayude a invertir bien nuestro dinero, evitar los peligros de un accidente o de un robo. Son actos que realizamos para que no nos sorprenda un imprevisto, para que un mal paso no ponga nuestra vida, débil, frágil, vulnerable, en situaciones que quisiéramos ver lo más lejos posible de nuestro camino cotidiano.
Hay quienes ven la muerte como una derrota, como un fracaso, como un enemigo, como un destino trágico que buscan evitar a cualquier precio.
Quienes no aceptan la idea del morir, quienes temen que llegue esa hora “desgraciada”, hacen todo lo posible por combatirla. Incluso con actividades sumamente nobles: organizan campañas nacionales e internacionales para combatir las epidemias, el hambre, el cáncer, los accidentes de carretera, el alcoholismo...
Cuando se produce un atentado en un mercado popular, cuando un grupo de guerrilleros asalta un autobús de civiles, cuando cada fin de semana mueren decenas de personas a causa de la embriaguez de algunos conductores... surge la pregunta: ¿quiénes son los responsables?
Existe una respuesta ofrecida por no pocos autores que ofrecen acusaciones “genéricas”. Buscan la causa de los hechos en las estructuras económicas, en las tradiciones culturales o religiosas, en las injusticias que afligen al planeta.
Un mecánico sabe del motor del coche mucho más que otros, que apenas pueden lograr que el coche arranque por las mañanas. Un médico sabe, no siempre a la perfección, lo que le pasa al paciente, mientras el paciente suele explicar lo que le ocurre con palabras muy poco precisas y con no poca confusión. Un químico entiende cómo funciona un determinado tipo de explosivos mucho mejor que quienes disfrutan de las explosiones de unos fuegos artificiales.
Ricardo tenía sólo dos meses de vida cuando su madre, María Cristina Cella, descubrió que estaba enferma de cáncer. Era el año 1994, en una ciudad italiana cerca de Milán. María Cristina y Carlo Mocellin, hasta ese momento, eran unos padres felices. Tenían otros dos hijos, Lucía y Francisco. Podían decidir el uso de medicinas para curar a la madre, pero a riesgo de que Ricardo muriese. Cristina tomó una decisión valiente, difícil, heroica.
No es fácil morir cuando hay un futuro de sueños por delante. Pero la fe en Cristo lleva a descubrir que hay algo más importante. Conservar la vida a costa de traicionar los propios principios no vale la pena. Lo que vale la pena, lo que muestra la fuerza del amor, es aceptar el sacrificio con la mirada fija en Dios y con el corazón lleno de espíritu cristiano.
El P. Jakob Gapp fue condenado a muerte por defender la fe católica y por criticar las doctrinas del nacismo. Había nacido en Wattens, Austria, el 26 de julio de 1897. Sintió la llamada de Dios cuando tenía 22 años, e ingresó en el noviciado de los marianistas. Recibió la ordenación sacerdotal cuando tenía 33 años. Pronto se vio envuelto en un ambiente de tensiones y de luchas políticas, debidas, sobre todo, al creciente influjo de las ideas hitlerianas. Tras estudiar a fondo el pensamiento del nacionalsocialismo, llegó a la conclusión de que era una doctrina intrínsecamente anticatólica.
San Rafael Guízar (1878-1938) desarrolló su trabajo sacerdotal con espíritu misionero. Deseaba que miles de personas descubriesen el Amor de Dios, dejasen el pecado y comenzaran a vivir en el mundo de la misericordia.
Por eso, desde joven dedicó sus mejores energías para misionar. Fue misionero en Michoacán y en otros lugares de la República mexicana. Fue misionero entre muchos compatriotas que estaban refugiados en los Estados Unidos. Fue misionero, durante sus dos “exilios”, en Guatemala, en Cuba y en Colombia.