El P. Jakob Gapp fue condenado a muerte por defender la fe católica y por criticar las doctrinas del nacismo. Había nacido en Wattens, Austria, el 26 de julio de 1897. Sintió la llamada de Dios cuando tenía 22 años, e ingresó en el noviciado de los marianistas. Recibió la ordenación sacerdotal cuando tenía 33 años. Pronto se vio envuelto en un ambiente de tensiones y de luchas políticas, debidas, sobre todo, al creciente influjo de las ideas hitlerianas. Tras estudiar a fondo el pensamiento del nacionalsocialismo, llegó a la conclusión de que era una doctrina intrínsecamente anticatólica. Decidió, desde entonces, oponerse con decisión a la misma. El nacismo llegó a imponerse en Alemania y en Austria, por lo que la vida del P. Gapp corría grave peligro. Sus superiores decidieron que fuese a trabajar primero a Francia, y luego a España. En España se dedicó especialmente a la formación de los jóvenes, en medio de no pocas incomprensiones y críticas. Pero la policía secreta de Hitler había decidido acabar con su vida. Por medio de un personaje misterioso, que se hizo pasar por un judío deseoso de convertirse, prepararon una trampa. El P. Jakob Gapp fue invitado por el falso amigo a hacer un paseo por el sur de Francia (ocupada por los alemanes), donde fue inmediatamente arrestado por la Gestapo. Era el mes de noviembre de 1942. Gapp pasó por diversas cárceles francesas hasta llegar a Alemania. Allí fue procesado como traidor y condenado a muerte. Nos quedan algunos fragmentos del proceso, en el que defiende con firmeza su fe católica y su deseo de mantenerla con coherencia, con amor, plenamente consciente de que podría perder su vida con su actitud de creyente convencido. La ejecución de la sentencia quedó fijada para el 13 de agosto de 1943. Era el día del aniversario de su ingreso al noviciado de los marianistas. Antes de morir, pudo escribir dos breves cartas, una a sus primos y otra a su superior. En ellas se descubre la sencillez, el valor y la fe propia de tantos mártires de ayer y de hoy, de tantos hombres y mujeres que ponen en Cristo toda su esperanza. A sus primos les decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Hoy será ejecutada la sentencia. A las 7 me presentaré a mi buen Salvador, a quien siempre amé ardientemente. No lloréis por mí. Soy plenamente feliz. Sin duda que he pasado muchas horas en la tristeza, pero he podido prepararme a la muerte del mejor modo posible. ¡Buscad vivir santamente y soportad cualquier cosa por amor de Dios, para que podamos reencontrarnos en el cielo! Saludad a todos, parientes y conocidos. En el paraíso me acordaré de todos”. Y continúa un poco más adelante: “Después de haber luchado largo tiempo contra mí mismo he llegado a considerar este día como el más hermoso de mi vida. Dios os recompense por todo el bien que me habéis hecho desde mi niñez. ¡Pepe, querido Pepe, cuántas veces te he recordado! No estés triste. Todo pasa, sólo el cielo permanece. Nos encontraremos de nuevo. Entonces no habrá ninguna separación. ¡Avisa de mi muerte a los más íntimos! He sido condenado como traidor a la patria”. En la carta que dirige a su superior, escrita ese mismo día, expresa ideas parecidas. “¡Reverendísimo y querido padre superior! Me siento obligado a escribirle ahora, pocas horas antes de mi muerte, para saludarle. El pasado 2 de julio, fiesta del Sagrado Corazón, fui condenado a la decapitación como traidor contra la patria. La ejecución tendrá lugar esta tarde, a las 7. Durante el tiempo de prisión, es decir, desde el 9 de noviembre del año pasado, he tenido tiempo para reflexionar largamente sobre mi vida. Le agradezco de corazón todo lo que ha hecho por mí el tiempo que lo he conocido. Me considero todavía miembro de la Sociedad de María: renuevo mis votos y me ofrezco a mí mismo al buen Dios a través de nuestra Madre del cielo. Le pido perdón por las molestias que haya podido ocasionar, fuesen las que fuesen. He pasado por momentos realmente difíciles, pero ahora soy plenamente feliz. Creo que todo esto me ha ocurrido para que pueda santificarme en este tiempo de pruebas. ¡Salude de mi parte a todos los hermanos! Yo saludaré a los que ya han pasado a la otra vida. Todo pasa, sólo el cielo permanece”. Son escritos llenos de humanidad y de fe. También el mártir sufre, también pasa por momentos de oscuridad, de maduración. También siente, como todos, miedo al momento del sacrificio. Pero Dios da la fuerza para ser fieles, Dios no deja de acompañar a quien con amor da la vida por confesar su fe. El testimonio del P. Jakob Gapp, beatificado por Juan Pablo II el 24 de noviembre de 1996, nos sirve para levantar una vez más los ojos al cielo y pensar en lo que realmente vale la pena. “Todo pasa, sólo el cielo permanece”.