San Rafael Guízar (1878-1938) desarrolló su trabajo sacerdotal con espíritu misionero. Deseaba que miles de personas descubriesen el Amor de Dios, dejasen el pecado y comenzaran a vivir en el mundo de la misericordia.
Por eso, desde joven dedicó sus mejores energías para misionar. Fue misionero en Michoacán y en otros lugares de la República mexicana. Fue misionero entre muchos compatriotas que estaban refugiados en los Estados Unidos. Fue misionero, durante sus dos “exilios”, en Guatemala, en Cuba y en Colombia.
No dejó de ser misionero cuando Dios quiso que fuese nombrado obispo de Veracruz. Desde que llegó a su destino de trabajo empezó en seguida a recorrer campos, pueblos y ciudades para organizar, con sus sacerdotes, intensas y fecundas misiones populares.
Seguía un método humano y familiar. Llegaba al pueblo. Preparaba invitaciones personales para cada hogar. Luego organizaba actividades religiosas, sermones y conferencias, visitas, y, sobre todo, confesiones. Como culmen de todo, la Santa Misa: miles de personas se acercaban a recibir el Pan de Vida.
Su corazón sacerdotal queda al descubierto cuando leemos una tarjeta que él mismo había preparado para invitar a las familias a las misiones:
“Deseando con toda mi alma ver a usted y a su familia en el cielo cuando
pase esta breve vida que disfrutamos en el mundo, he resuelto, de acuerdo con los superiores, dar una misión en este lugar que empezará el próximo día...... Les invito a ustedes de la manera más atenta para que aprovechen este importante movimiento religioso en bien de sus almas, tomando en cuenta la imperiosa necesidad que tenemos de buscar el Reino de Dios. Rafael, Obispo de Veracruz”
Con una invitación tan sencilla y cordial, las misiones no podían quedar sin frutos. Sobre todo, porque detrás de la tarjeta la gente percibía la mano de un obispo cariñoso, enamorado de Dios y deseoso de que la gente se acercase más a la misericordia divina.
Gracias a las misiones de san Rafael Guízar, miles de niños recibieron la primera comunión. Otros muchos pudieron escuchar catequesis llenas de simpatía y de profundidad teológica. Muchas parejas regularizaron su situación matrimonial. Los enfermos recibían el sacramento de la unción. Y miles y miles de personas acudían a recibir el perdón de los pecados.
San Rafael Guízar guiñaría, alegre, un ojo hacia el Sagrario. Trabajaba para Cristo, y Cristo no podía no estar feliz con un obispo tan entusiasta, verdadero pastor de las ovejas.
Hoy, en el cielo, aquella tarjeta misionera se ha hecho realidad para tantos corazones. Cientos de familias han abrazado, en el Amor de Dios, a un sacerdote y obispo que un día les dijo que deseaba encontrarlos, como hermanos en Cristo, como bienaventurados para siempre, en el cielo, en la casa de Dios Padre, que es Amor y misericordia.