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Un mártir se despide de su novia

No es fácil morir cuando hay un futuro de sueños por delante. Pero la fe en Cristo lleva a descubrir que hay algo más importante. Conservar la vida a costa de traicionar los propios principios no vale la pena. Lo que vale la pena, lo que muestra la fuerza del amor, es aceptar el sacrificio con la mirada fija en Dios y con el corazón lleno de espíritu cristiano.

Así fue el martirio de un joven de 22 años, Francisco (en catalán, Francesc) Castelló i Aleu. Había nacido en Alicante, España, en 1914. Los avatares de la vida lo habían llevado a Lérida. Después empezó la carrera universitaria en el Instituto de Química de Barcelona, carrera que terminó en la Universidad de Oviedo en 1934. Sus notas fueron excelentes.

Volvió a Lérida y empezó a trabajar como ingeniero químico. Unos ejercicios espirituales habían orientado su vida hacia Dios. Se incorporó a la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña, y empezó a ayudar a los pobres y a los obreros. Pronto se enamoró de una chica, María Pelegrí (Francisco la llamaba Mariona), con la que esperaba formar una familia auténticamente cristiana.

Llegó, sin embargo, la hora de la prueba. En 1936 se desató una feroz persecución contra los católicos en muchos lugares de España. También Francisco Castelló fue encarcelado. Se asomó en el horizonte la llegada del martirio.

Podía salvar la vida de modo fácil: bastaba con renegar de su fe. Francisco no quiso renunciar a Dios. El 29 de septiembre de 1936 el fiscal, impaciente, lanzó la pregunta decisiva: “acabemos, ¿eres católico?” “Sí, soy católico”, respondió Francisco. Esa misma noche fue fusilado...

Conservamos varias cartas escritas antes de morir. Una de ellas era para la novia. Vale la pena leerla así, sin comentarios: dice mucho de lo que es un joven enamorado de Dios y de su novia...

“Querida Mariona: Nuestras vidas se han unido y Dios ha querido separarlas. A Él ofrezco, con toda la intensidad posible, el amor que te tengo, mi amor intenso, puro y sincero.

Siento tu desgracia, no la mía. Siéntete orgullosa, dos hermanos y tu prometido. Pobre Mariona...

Me ocurre una cosa extraña: no puedo sentir ninguna lástima por mi suerte. Una alegría interna, intensa, fuerte, me invade totalmente. Querría hacerte una carta triste de despedida, pero no puedo. Estoy totalmente envuelto de ideas alegres como un presentimiento de la Gloria.

Querría hablarte de lo mucho que te hubiera querido, las ternuras que te tenía reservadas, de lo felices que hubiéramos sido. Pero para mí todo esto es secundario. He de dar un gran paso.

Una cosa debo decirte: cásate si puedes. Yo desde el cielo bendeciré tu unión y a tus hijos.

No quiero que llores, no quiero. Siéntete orgullosa de mí. Te quiero.

No tengo tiempo de nada más”.

Francesc

(Francisco Castelló i Aleu fue declarado beato por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001).