Padre Fernando Pascual L.C.
La zona donde hoy se encuentra Argelia tuvo la gracia de recibir el Evangelio en los primeros siglos de la era cristiana. Los avatares de la historia han hecho que la población actual de este joven país sea mayoritariamente musulmana.
En los últimos años diversas formas de violencia han acabado con la vida de miles de argelinos y de algunos extranjeros, la mayoría civiles indefensos. Entre las víctimas de la violencia y del odio, también han dado su vida religiosos y religiosas, varios sacerdotes, y un obispo.
El P. Rafael Guízar había nacido en Cotija de la Paz (Michoacán) el 26 de abril de 1878. Recibió el don del sacerdocio en 1901, con apenas 23 años.
En sus primeros años de sacerdote, había fundado una congregación misionera y algunos colegios para la educación de la mujer. Desarrollaba, al mismo tiempo, una intensa actividad misionera en distintos lugares de la diócesis de Zamora. Ayudaba como profesor y director espiritual del seminario, además de otros trabajos pastorales de diverso tipo.
La ecología entra en tantos temas... ¿Podría valer al recordar a san Isidro, el santo patrono de Madrid? Según una leyenda, mientras Isidro arrojaba la semilla en los campos de labranza, se esforzaba para que parte de los granos cayesen fuera de los surcos. ¿El motivo? Quería que también los pájaros del cielo tuviesen la ración diaria de su comida. Porque Dios es providente, es verdad, pero muchas veces lo es gracias a manos humanas. La tradición ha subrayado, además, otro aspecto mucho más profundo y más “ecologista” de san Isidro: su caridad para con los pobres.
No es fácil vivir el sacerdocio en la cárcel o en un campo de concentración. Dios permitió que ese fuese el modo de llevar el amor de Dios a los hombres del P. Anton Luli durante más de 40 años “de ministerio”. Anton Luli había nacido en Albania el año 1910. Dios lo llamó a formar parte de la Compañía de Jesús, en la que recibió la ordenación sacerdotal en 1946. Albania, su patria, había vivido el drama de la Segunda Guerra Mundial. Expulsados los invasores, el país quedó bajo el dominio de una férrea dictadura comunista. Muchos sacerdotes fueron encarcelados y fusilados.
“Han muerto 56 personas en un atentado”. “Este fin de semana se han registrado 43 víctimas mortales por accidentes de tráfico”. “La malaria infecta millones de personas al año”. “El número de mujeres que aborta sigue aumentando en algunos lugares del planeta”.
Nos acostumbramos a leer cifras y datos de las profundas desgracias que afligen a miles de seres humanos. Detrás de cada cifra, detrás del anonimato de los números, hay vidas concretas, se esconden historias de dolor y de amargura.
Al constatar la existencia de tantas religiones, al percibir cómo se dan creencias tan distintas entre los seres humanos, surgen diversas preguntas.
Una de ellas se refiere a la verdad. ¿Existen verdades alcanzables por los hombres y mujeres de nuestro planeta por lo que se refiere a la religión? ¿Es posible establecer cuál es la religión verdadera, o al menos cuál sea la “más” verdadera, o la “menos” falsa? ¿Pueden los poderes públicos tomar alguna posición concreta en estos temas?
El clima ha cambiado miles de veces a lo largo de la historia. También ha cambiado, y mucho, nuestro comportamiento ante las lluvias fuera de tiempo, el calor en un día de invierno o un frío extraño en el verano.
Antes los pueblos rezaban a Dios para pedirle que enviase la lluvia que no llegaba, que impidiese el frío que destruía las cosechas; o rezaban también para dar gracias a Dios por el sol que brilló tanto que la cosecha fue más abundante y más sabrosa que nunca.
¿Niños programados o hijos amados?
Pluralismo religioso y fe cristiana
Es cada vez más frecuente encontrarnos y convivir con personas de religiones y de ideas muy distintas.
Para algunos, la variedad de opiniones, la diferencia de religiones, sería una riqueza, un tesoro, una oportunidad para promover una vida social más atenta al otro, más comprensiva hacia las diferencias, más pluralista, más democrática.
Para muchos, la objeción de conciencia es vista simplemente como un “no”. Una persona tiene unos principios, acepta unos valores, tiene su propia visión sobre la vida, sobre el hombre, sobre Dios. Desde esa visión, se siente obligada a decir “no” ante ciertas leyes, ante ciertos mandatos, ante una sociedad llena de injusticias.