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GAMA - Virtudes y Valores

Cultivar la fe en familia

Cada familia cristiana es una “comunidad de vida y de amor” que recibe la misión “de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (Juan Pablo II, “Familiaris Consortio” n. 17). Es una comunidad que busca vivir según el Evangelio, que vibra con la Iglesia, que reza, que ama.

Para vivir el amor hace falta fundarlo todo en la experiencia de Cristo, en la vida de la Iglesia, en la fe y la esperanza que nos sostienen como católicos.

El cartero

Hay imágenes que se conservan lúcidamente en el baúl de los recuerdos. Héroes, actores, comediantes y protagonistas de series que se nos graban hondamente en la mente. Jaimito el cartero es uno de esos personajes con los que uno creció. Ciertamente no era la copia más fiel a la realidad de un repartidor de mensajes pero su oficio nos da pie a unas cuantas reflexiones.

El silencio

Menguar el amor es sofocar el derecho a recibirlo. Es temer que el hombre cumpla la misión para la que ha sido creado: conocer y caminar hacia Dios. Asfixiar el amor es tratar de ocultar la presencia de Dios a través de los suyos. Estrangular el amor es asistir a un espectáculo repulsivo.

Asumir los valores

“Para mí lo primero es la fe, creer en Dios, ir por el camino del bien, y luego la vida familiar. Tus hijos, tu mujer, crear con ellos un ambiente de armonía viviendo los valores, eso es lo que realmente me importa en la vida. Es la razón por la que puedo afirmar, sin duda alguna, que la familia para mí es lo más enriquecedor que puede tener el ser humano en esta tierra”.

Una respuesta a los jóvenes

Tarde rumorosa y magnífica en el Parque de los Príncipes. París, mayo de 1980. El Santo Padre reunido con multitudes de jóvenes católicos y no católicos en la mítica cuna del laicismo. Un encuentro ameno y jovial que rompió esquemas. De pronto se ve salir a un joven rumbo a la tribuna con una hoja en la mano. Se la entrega al Santo Padre con una serie de preguntas con aquel tono de deferencia conminatoria propia de la juventud cuando acepta dirigirse a la edad madura.

En qué pensar

Para el católico la fe no es una imposición sino un camino.

Sorprende que, incluso hoy, en los albores del progreso y desarrollo en
materia de derechos humanos a los que ha llegado la humanidad, se dicte
sentencia de muerte para el converso al cristianismo en ciertos lugares
del mundo. En otros más, la pena no es capital aunque no deja de ser
injusta y reprobable: marginación en la vida social con sus
consecuentes implicaciones: desempleo, pobreza, agresiones físicas y
morales, insultos, etc.

Sed de felicidad

Es fácil escuchar la extendida falacia de un mundo ateo, de la Europa laicista que dice que Dios no existe porque fue una invención pretérita inválida para nuestros días. Quienes así hablan son los enfermos de miopía o astigmatismo incapaces de ver la irrefutable, la auténtica razón de ser, la identidad cristiana de este antiquísimo continente que se rehúsa abandonar su médula, su corazón, su esencia.

Se venden amigos

¿Quién no ha experimentado la necesidad de tener un amigo? Ahora parece tan fácil. Basta tener la cartera llena y la voluntad de ir a los grandes almacenes, dirigirse a la zona de aparatos electrónicos, pagar en la caja y listo, amigo nuevo. Y es que el ser humano, lo sabemos, es el ser social por antonomasia. No puede vivir solo y busca quién le acompañe.

La vocación: un ideal de servicio

Tarde o temprano nos encontramos con alguna inconformidad ante nuestro futuro: que si nos gustaría ser el mejor futbolista, el médico más renombrado, el artista más famoso, el empresario más rico, el joven más guapo, el jurista más prestigioso, etc.; y en esos deseos tan vanos centramos nuestra atención y nuestras ilusiones. Pero no, la respuesta a nuestras inquietudes no está en el deseo de ser esto o lo otro; del éxito, la fama o el dinero que nos gustaría poseer. No, es algo más hondo.