Pasar al contenido principal

El cartero

Hay imágenes que se conservan lúcidamente en el baúl de los recuerdos. Héroes, actores, comediantes y protagonistas de series que se nos graban hondamente en la mente. Jaimito el cartero es uno de esos personajes con los que uno creció. Ciertamente no era la copia más fiel a la realidad de un repartidor de mensajes pero su oficio nos da pie a unas cuantas reflexiones.

Ser cartero es una ocupación ardua y poco valorada. Hay quienes se llegan a preguntar si todavía existen los carteros como imaginando que el papel y la tinta virtual han suplido del todo a las hojas y a las plumas físicas. La verdad es que aún quedan carteros. Todos los días, desde Chicago a Beijing, desde Londres a Ciudad del Cabo, desde Calcuta a Ciudad de México, salen millones de cartas en dirección a todas las latitudes de la tierra y con un montón de motivos: por el cumpleaños, para mandar saludos a la familia, para pedir ayuda, para manifestar lo que directamente nos apenaría decir… Tantas razones.

Las cartas siguen siendo un modo tierno y constante de hacernos presentes al prójimo. En ellas dejamos un poco –o un mucho- de nosotros mismos; en ellas plasmamos nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestras ilusiones, nuestros tropiezos y enhorabuenas. Forman parte de esa natural inclinación del hombre a hacer las veces de escritor. En ellas, quizá sin darnos cuenta, imprimimos nuestra personalidad, carácter y temperamento.

Y toda esa serie de emociones y sentimientos, de deseos y, por qué no, también de corajes e inconformidades, necesitan un alguien que las lleven de aquí para allá. El cartero es ese estafetero de nuestra voz hecha escritura. De no ser por él quién entregaría a la madre, a los hijos, al amigo o a la novia nuestro corazón y mente plasmados en letras. Quién si no él tiene una vocación tan preñada de sacrificio y paciencia: que si éste no escribió bien el remitente, que si el otro no colocó bien el destinatario, que si aquel otro tenía pésima caligrafía… Quién si no él debe redoblar trabajo en los periodos en que otros descansamos. Llega la Navidad y a repartir los millones de postales y tarjetas por este motivo incluso el mismo día de la festividad. Llega San Valentín, Pascua, verano, el cumpleaños de la tía, el día del padre, de la madre… e igual. Y se pierde de vista que por alguien llegan a feliz destino nuestras líneas.

¡Cuánta gente nos hace feliz, cómoda y fácil la vida en el silencio de su oficio! ¡Qué paradoja que el «Señor cartero» no reciba ninguna carta! Que los futbolistas de un mismo equipo no se pasen el balón entre ellos, se comprende, pero que el cartero no reciba cartas ya es preocupante.

Es edificante encontrarse a algunas personas que se detienen a conversar con los empleados del silencio. Es ejemplar, virtuoso y cada vez más escaso. Algunas imágenes guardo de señores y señoras que se detienen a conversar con el barrendero, que le ofrecen, más que dinero, una pura sonrisa al niño que limpia los parabrisas, y que brindan sus atenciones y saludos de gratitud al tránsito, al policía o al portero del edificio donde viven. Después de todo por unos está limpia la calle mientras otros le dan vida, folklore y la cuidan.

Tantas cosas que se pueden hacer si consideramos que no somos islas sociales, que necesitamos de todos y que también nos necesitan. Como los carteros, que tanto bien reparten por el mundo. Tener esto siempre hace mejor a nuestra humanidad necesitada de cariño.