Al terminar la Cuaresma
Un amor incondicional
Pbro. José Martínez Colín
Terminada la Cuaresma, volvimos a tener más presente los acontecimientos que nos trajeron el perdón de nuestros pecados y, con ello, la oportunidad de alcanzar nuestro destino último: la gloria del Cielo. Recibí un relato que nos puede ayudar a reflexionar al respecto.
Se cuenta que en un país había un buen niño llamado Javier. Un día que su mamá iba a salir le pidió que se quedara en casa, pues sabía que en la calle había muchos peligros. Su mamá se fue y el niño la desobedeció y salió. Ahí se encontró con jóvenes malos que le invitaron a divertirse. Javier accedió para no quedar mal ante ellos. Pero esos jóvenes le enseñaron solo cosas malas: desde malas palabras, películas inmorales, hasta beber alcohol y probar la droga. Su mamá regresó y le preguntó qué había hecho, Javier le dijo que eso no le importaba a ella y se fue a su cuarto. Su mamá comprendió que algo muy malo le había pasado. A partir de entonces Javier ya no fue el mismo, se volvió muy malo: le pegaba a los pequeños, les quitaba sus cosas y les dañaba los juguetes a los demás niños. Se creía grande y salía con los mismos jóvenes malos para hacer cosas malas.
Javier no hacía caso ante las correcciones de su madre. No obstante, su madre le recordaba: "Yo te amo hijo mío, pero no hagas esas cosas malas". Él, sin embargo, le respondía orgulloso: "Eso no te importa. Yo ya no te quiero".
Pasó el tiempo y Javier creció igual, lo expulsaron de la escuela y estaba siempre de vago. Un día se escapó de su casa y con otros jóvenes, hizo algo muy malo que nunca había hecho: Mató a un hombre para robarle dinero.
Javier fue arrestado, llevado a juicio y declarado culpable. Fue condenado a morir ahorcado. Aún en la cárcel tampoco respetaba a nadie.
Su madre iba a verlo todos los días pidiéndole que se arrepintiera, y le llevaba dulces que le gustaban, pero él se los tiraba y le decía siempre: "No me interesa tu amor".
La madre lloraba y sólo le recordaba: "No estoy de acuerdo con tu conducta, pero quiero que sepas que yo te amo hijo mío, aunque me ofendas, nunca voy a dejar de amarte".
Javier pidió al juez que lo perdonara porque no quería morir tan joven, pero el perdón le fue negado. Faltando sólo un día para su muerte, por primera vez en su vida, Javier miró al cielo y pidió una oportunidad.
Al otro día el guardia fue a buscarlo. Javier empezó a desesperarse, pero se dio cuenta de lo llevaban en dirección opuesta al lugar en donde estaba la horca, y dijo: "¿Qué pasa? ¿Hacia dónde me llevan?"
El guardia le contestó: "Ya eres libre, puede irte a tu casa, alguien pagó con su vida tu culpa y murió en tu lugar. Ya estás perdonado".
Javier muy feliz y pero extrañado preguntó quien se atrevió a morir por él. El guardia le dijo entonces: "Su madre se ofreció a morir por usted".
Javier se quedó pasmado, sus ojos por primera vez se llenaron de lagrimas de arrepentimiento, sintió que se le abría el corazón y dijo gritando a gran voz: "¡De verdad ella me amaba, de verdad me amaba como nadie!"
Este relato ficticio nos puede ayudar a comprender algo que si fue real: Jesús sí pagó con su vida nuestros pecados siendo crucificado en la Cruz. Murió para que fuéramos perdonados y alcanzáramos la libertad que nos permite llegar al Cielo. Nos toca ahora corresponder al gran amor de Dios.