Padre Fernando Pascual L.C.
¿Existe algo que pueda hacer llorar a un Papa? ¿Serán sus problemas de salud, sus cansancios, su vejez? Quizá un Papa llora porque hay cristianos perseguidos, porque hay mujeres maltratadas, porque hay niños que mueren de hambre o de tristeza, porque hay enfermos de SIDA a los que se les niega una medicina y un poco de respeto y de cariño.
Dios llama. Ayer, hoy, y mañana. Hombres y mujeres se consagran. Sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos que dan un sí para siempre, sin condiciones. El mundo es distinto con cada respuesta, con cada entrega. Hay hombres y mujeres que quieren amar más, que reflejan, con su vida, que Dios es fiel, que Dios nos quiere con locura.
¿Por qué uno siente necesidad de vigilar? Fundamentalmente porque quiere conservar un tesoro sumamente importante, y porque existen amenazas y “enemigos” que pueden dañar o robar ese tesoro.
El tesoro del cristiano es la amistad, la presencia, la gracia de Dios en su propia alma. Se trata de un tesoro sumamente bello, que recibimos como regalo totalmente inmerecido: cuando vivíamos en el pecado y lejos de la Verdad, Cristo murió por nosotros, nos ofreció su Amor eterno (cf. Rm 5).
Uno de los problemas que más preocupa a los hombres de muchos rincones de la tierra se refiere a una realidad muy cercana y familiar: el agua.
Allí donde escasea, el agua adquiere un significado especial.
Algunos seguramente han visto esos campos regados "gota a gota", con precisión envidiable, para aprovechar al máximo un elemento que para algunos es sumamente asequible, pero para otros resulta casi un pequeño tesoro...
Nos gustaría entrar en el corazón de Dios, descubrir sus amores, escudriñar sus proyectos, alcanzar a ver cómo nos ama, cómo nos busca, cómo nos espera, cómo nos ofrece incesantemente su salvación.
Para ello, hemos de dejar la levadura vieja, el modo mundano de pensar. No podemos vivir como esclavos de la carne, ni como mercedarios sometidos a los poderes del mundo, ni como veletas que se dejan arrastrar por el primer viento.
La llave del corazón
Ha sido un esfuerzo inútil. Una y otra vez hemos explicado un punto de la doctrina de la Iglesia. La respuesta ha sido siempre la misma: rechazo, búsqueda de nuevas refutaciones, evasión, incluso críticas directas contra el Papa, los obispos, los sacerdotes, contra nosotros mismos.
Quizá fuimos un poco ingenuos. Creíamos que bastaba con explicar, con exponer, con citar documentos para que el otro pudiese llegar a ver y creer lo que nosotros vemos y creemos.
La hora de la persecución
Es hermoso, es de almas grandes, vivir con honestidad. Quien asume principios de justicia, quien vive según una ética verdadera, enriquece su existencia, promueve el bien entre los hombres, ofrece al mundo el tesoro de su ejemplo y de su amor.
Pero muchos se sienten incómodos ante la honestidad. Por eso, defender los principios éticos lleva no pocas veces a sufrir críticas, discriminaciones, ataques más o menos directos, o incluso la cárcel o la muerte.
La fuerza de los débiles: la fe
¿Cuál es la mayor fuerza de los débiles? Dar el paso de la fe. ¿Cuál es la mayor debilidad de los fuertes? Cerrar las puertas a la fe.
Estamos acostumbrados a medir la fuerza y la debilidad de las personas según parámetros equivocados. Medimos el dinero, la belleza, las energías físicas, las influencias, el contar con amigos poderosos, para juzgar si una persona es fuerza, si triunfa en la vida.
Cuando pensamos que Dios necesitó del hombre para ofrecer su Amor salvador. Cuando pensamos que quiso venir al mundo para caminar a nuestro lado. Cuando pensamos que el Cuerpo de Jesús necesitó una Madre que lo acogiese y amase para estar entre nosotros. Cuando pensamos que no hay Redención sin efusión de Sangre, y que no hay Sangre sin Encarnación... Entonces no podemos dejar de mirar a María, y llamarla, con el corazón lleno de esperanza, usando uno de sus títulos más bellos de la piedad mariana: “Madre de la divina misericordia”.