Padre Fernando Pascual L.C.
Eso son los mártires de todos los tiempos: luces en una noche oscura, señales de la fuerza de Dios en corazones fuertes que dirigen cuerpos frágiles.
Los verdugos, los enemigos de Dios y del hombre, saben que pueden insultar, denigrar, calumniar, perseguir, enjuiciar, encarcelar, condenar, mutilar, asesinar, a hombres y mujeres que viven según el Evangelio, que prefieren la verdad a la mentira, que dicen no a la injusticia para dar un sí al amor sincero.
Nos gusta vivir con libertad, escoger nuestros pasatiempos, ir con quienes amamos y disfrutar del sol en el verano y de la nieve en el invierno.
Nos cuesta someternos a otros, o descubrir que la vida, con sus sorpresas, rompe nuestros planes.
Un accidente, la enfermedad de un familiar, un despido en el trabajo, nos impiden el vuelo y, tal vez, nos dejan una sensación de frustración, de fracaso, al no poder realizar nuestros sueños.
Los ojos de Dios
Hay ojos que nos miran con afecto. Nuestro corazón, en esos momentos, experimenta un profundo sentimiento de paz y de sosiego. Alguien nos quiere, alguien nos aprecia, alguien piensa en ti y en mí.
También Dios abre las nubes y nos sonríe cada día. Detrás de una lluvia, del sol, de las estrellas, y dentro de cada hoja, de cada jilguero, de esa hormiga trabajadora, nos acompaña, nos comprende, nos mira con un cariño especial. La vida es distinta cuando nos dejamos penetrar por esos ojos del Dios bueno.
Los ángeles del cielo
¿Qué son los ángeles? Espíritus que contemplan a Dios y que viven en medio del misterio. Espíritus que participan de la alegría divina y colaboran en sus planes sobre los hombres débiles y necesitados de ayuda y protección.
Por eso los ángeles sufrirán, de algún modo que no podemos imaginar, al ver que hay corazones que se cierran al amor o pierden la esperanza. O se alegrarán profundamente cuando vean que otros corazones lloran por sus pecados e inician el camino del regreso al Amor de Dios.
¿Ves aquella estrella que brilla en lo más alto del cielo? Pues ya no existe. Quizá desapareció hace millones de años. Lo que ahora nos llega es la luz de un astro que fue muy hermoso, que pertenece al pasado, que ya no está en ningún sitio.
El profeta acababa de huir de la ciudad. Después de 3 meses de predicación, las cosas se habían puesto muy difíciles. Críticas, insultos, denuncias, y un proceso judicial que algunos pidieron para condenar a aquel personaje tan incómodo.
El profeta llegó a un bosque de robles. Cansado, bajo un árbol más tupido, se sentó. Empezó a recordar su predicación, y elevó su lista de protestas al Dios que lo había enviado.
¿Cuál es la perspectiva justa, el modo correcto de ver la vida? ¿Cómo saber si mis actos me llevan al bien, si las acciones de los demás son buenas, si el mundo avanza hacia mejoras auténticas para los hombres y para el ambiente del planeta?
Es importante encontrar la perspectiva justa. Porque si tomamos una perspectiva equivocada, no sabremos encontrar la manera correcta de pensar, de decidir, de actuar.
La paciencia de Dios
Buscar el poder es una tentación que continuamente asecha al ser humano. Tener fuerza, tener dinero, recibir aplausos. Luego, cuando todo está en nuestras manos, cuando las voluntades han sido sometidas (ilusionadas, engañadas, asustadas), llega la hora de iniciar la utopía, de construir el mundo perfecto.
Y ese “mundo perfecto” inicia precisamente con lágrimas, con dolor, con la opresión del enemigo, con las críticas malévolas, con ese clima de miedo que reina en los sistemas totalitarios (del pasado y del presente).
El hombre necesita de Dios para salvarse. La experiencia cotidiana del mal, en la vida de los demás, en nuestra propia vida, no es sino la consecuencia del pecado original. Romper las cadenas que nos atan al mal sólo es posible si Dios decide descender, sacarnos de las tinieblas, tender su mano amorosa y rescatarnos de la situación en la que nos encontramos.
Cada ser humano camina junto a una imagen o varias imágenes: la imagen que cada uno tiene de sí mismo, las imágenes que los demás tienen de uno mismo.