Un S.O.S. para las navidades
La familia es el lugar donde se transmite la fe, donde se aprende a amar, donde se ora y se configura la personalidad de los hijos a partir de la experiencia de amor que reciben de los padres.
La familia es el lugar donde se transmite la fe, donde se aprende a amar, donde se ora y se configura la personalidad de los hijos a partir de la experiencia de amor que reciben de los padres.
Muchos matrimonios sufren por el drama de la esterilidad. Desean desde lo más profundo de sus corazones la llegada del hijo, pero el maravilloso don de una nueva vida no aparece en el horizonte del hogar.
Cada vida humana inicia a través de un proceso sumamente complejo, que avanza entre continuas disyuntivas: hacia nuevas etapas de vida o hacia el camino irreversible que lleva a la muerte.
Crece continuamente el número de enfermos incurables y de ancianos que no pueden valerse por sí mismo. Aumentan los casos de niños, jóvenes o adultos que se encuentran en situaciones de invalidez irremediable. Todo ello suscita un sinfín de gestos de solidaridad, de apoyo, de altruismo. Pero no han faltado, en diversos lugares del mundo y con gran difusión de algunos medios de información, algunos casos en los que se ha pedido el recurso a la eutanasia.
La encíclica Evangelium vitae, publicada por Juan Pablo II en 1995, denuncia en diversos momentos los peligros de la “cultura de la muerte”. ¿Qué se entiende con esta expresión “cultura de la muerte”?
Lo primero es darnos cuenta de que la palabra “cultura” tiene muchos significados. Un primer significado alude simplemente al bagaje personal, a la formación adquirida por un individuo, una formación que incluye tanto conocimientos como capacidades para la acción.
Los que luchan contra el aborto y defienden la vida saben organizar muy bien la "imagen" de su folletos de propaganda. En internet encontramos buenas fotografías en las páginas de los grupos "pro life" o "pro vida". Vemos allí una madre que sonríe a su bebé, o una señora que lleva de la mano a uno o varios hijos, o unos padres que abrazan a un niño que les sonríe lleno de felicidad.
Cuando una sociedad debe legislar sobre la vida y la muerte pone en juego todos sus valores y energías. No es indiferente admitir o no admitir el aborto. No es indiferente prohibir o permitir el infanticidio de niños que nacen con grandes deformaciones. No es indiferente decidir sobre lo que se hace en un hospital con un anciano que ve llegar la muerte en pocas semanas o días.
Dejemos de lado, por un momento, la palabra “eutanasia”. Porque con ella algunos dicen una cosa y otros otra. Fijemos, entonces, nuestra atención en el enfermo, en sus deseos y temores, en su fragilidad y su dolor, en su dependencia cada vez mayor de las manos y de la honestidad del equipo médico.
En muchos debates son admitidas personas de opiniones distintas, contrapuestas, apasionadas. Los temas de discusión varían enormemente: la vida y la muerte, el aborto y la eutanasia, la fe y el ateísmo, el cambio climático y la globalización, los toros y las medicinas alternativas.
Muchas personas piensan que el Billings y los métodos naturales para regular la propia fertilidad serían siempre “buenos”: cualquier pareja de esposos podría usarlos sin ningún escrúpulo. Piensan, además, que la Iglesia acepta plenamente cualquier uso de los métodos naturales. Algunos dicen, incluso, que el Billings sería un “método anticonceptivo” aprobado para los católicos, por el hecho de que es “natural”.