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Un S.O.S. para las navidades

La familia es el lugar donde se transmite la fe, donde se aprende a amar, donde se ora y se configura la personalidad de los hijos a partir de la experiencia de amor que reciben de los padres.

Benedicto XVI lo subrayaba en la homilía conclusiva del V Encuentro mundial de las familias (domingo 9 de julio): “La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris consortio, n. 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre”.

Un tiempo especialmente apto para orar y para crecer en la fe es la Navidad. Aunque las sociedades modernas ven este tiempo como un momento de descanso y de fiestas, como una ocasión para ofrecer regalos y para convivir, hay que saber descubrir el sentido profundo que tienen estos días en el calendario cristiano.

Podríamos incluso partir de los elementos positivos de lo que es la mentalidad más extendida: las navidades son, gracias a Dios, un tiempo esperado por muchísimas familias. Porque son días de vacaciones, porque muchas familias se reúnen, porque se visitan a los que viven cerca (a veces también a los que viven lejos), porque hay intercambio de regalos, porque todos tienen más tiempo para hablar y para mostrar afectos.

Desde este clima navideño, hay que dar un paso ulterior, en profundidad, hacia lo esencial y específicamente cristiano: ¿cómo lograr que la belleza de unas fiestas revelen su origen y su significado más profundo, sirvan para crecer en la fe?

Las familias católicas están llamadas a sentir la necesidad de volver los ojos del corazón hacia el gran festejado, hacia Jesús que nace en una familia extraordinaria.

Los modos para hacerlo son muchos. El más importante será siempre la vivencia de la Liturgia, tanto en las etapas preparatorias como durante los días navideños.

Cada familia puede caminar durante los días del Adviento hacia el encuentro del Mesías, especialmente a través de la escucha de los mensajes que repite una y otra vez Juan el Bautista (actuales hoy como siempre). Puede también acompañar a la Virgen en el momento de la Anunciación, vivir con esperanza el embarazo de Isabel, participar en la alegría del nacimiento de Juan el Bautista.

Una ayuda para vivir este tiempo de espera nos viene de la “corona de adviento”. La familia pone una corona navideña en un lugar de la casa, y cada domingo de adviento enciende, a sus pies, 4 velas diferentes. Al hacerlo, lee partes de la liturgia dominical, reza con fórmulas sencillas y espontáneas, reflexiona sobre el sentido de ese domingo y sobre la cercanía de los días navideños. Existen ya modalidades muy concretas para vivir esta tradición, y no se excluye la inventiva de cada familia en orden a aprovecharla fructuosamente.

Otra ayuda clásica y muy difundida es la preparación del Belén. Ciertamente, el mundo moderno no deja mucho tiempo a una esmerada elaboración artística. Pero con ingenio e interés, toda la familia puede involucrarse en escoger figuras, en diseñar fondos, en buscar materiales. Sobre todo, en dar un significado a los distintos elementos del Belén. El centro será, ciertamente, la cuna vacía, que espera recibir, la noche del 24, una imagen de Jesús Niño. Pero los padres y los hijos pueden ingeniarse para poner, por ejemplo, arbolitos de plástico cada vez que realizan una obra de caridad, cuando viven el cariño familiar, cuando cumplen los deberes laborales o escolares.

Si la preparación, con ideas como las anteriores o parecidas, ha sido intensa, la llegada de los días navideños podrá recibir su significado más genuino. Lo principal será siempre participar en la Santa Misa, sea la Vigilia de Navidad, sea el 25 de diciembre. Luego, los restantes días, quizá sea oportuno ir a misa entre semana. Además, habría que darle relieve a fiestas como las de la Sagrada Familia, la Solemnidad de María Madre de Dios, y la Epifanía.

El tiempo de vacaciones deja tiempo, además, para el canto de villancicos, para alguna obra de caridad (visitar a ancianos o niños enfermos, ofrecer regalos a familias necesitadas), para la oración en común. Sería muy hermoso encontrar momentos para leer la Biblia en familia, o partes del Catecismo de la Iglesia Católica, o algún discurso del Papa o del obispo diocesano sobre las navidades. La creatividad de la fe llevará a buscar maneras para que estos días sean un momento de espiritualidad y de profundización en la doctrina católica.

Las navidades, como dijimos, permiten una mayor convivencia familiar. Son momentos para aumentar el diálogo, para fomentar el cariño mutuo, para pensar en los ausentes. Es hermoso constatar cómo muchas familias buscan visitar a los abuelos, incrementan los lazos con los tíos, primos y sobrinos, buscan momentos para que todos se sientan más queridos.

La belleza de nuestra fe puede dar un sentido más intenso a estas convivencias, aunque haya algunos familiares que ya no crean o se muestren indiferentes a los valores religiosos. Con un poco de tacto será posible suscitar ocasiones para hablar, en un clima de serenidad y de respeto, sobre temas serios, para explicar algunos puntos de la propia fe como ofrecimiento lleno de cariño a quienes queremos que descubran la bondad de un Dios hecho Niño en Navidad.

El intercambio de regalos también es susceptible de ser “evangelizado”. Los niños, por ejemplo, pueden vivir la llegada de Papa Noel o de los Reyes Magos como un momento de ambiciones y de envidias (al ver que uno tiene “más” que otro), o como un momento de condivisión: recibir cada regalo no como posesión absoluta, sino como oportunidad de dar y de prestar a otros. No son pocas las familias que enseñan a los hijos a pensar en los más necesitados, a invertir los “ahorrillos” para comprar algo a la abuela o a algún niño más pobre. De este modo, los regalos llegan a ser un momento de generosidad, de recibir para dar, y de dar para que el Amor que vemos en Belén se haga realidad en muchos hogares del mundo.

La Navidad es un tiempo de gracia. Las familias están llamadas a vivirla así, en un continuo movimiento de amor. Amor recibido, amor celebrado, amor hecho un Niño pequeño. Amor que luego se transmite entre los de casa y los de fuera. Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado (cf. Is 9,5). Porque el Salvador (Jesús) vive ya en medio de su pueblo, entra en cada una de las familias que le abren las puertas con fe, amor y esperanza.