Una sencilla flor de campo
Una sencilla flor de campo
Una sencilla flor de campo
Una mirada ante la vida
Una experiencia, una Persona
Muchos adolescentes y jóvenes dejan de ir a misa, no se confiesan, se alejan de la fe, viven incluso en peligro de pecado. Quizá porque no saben lo que dejan, o porque no les hemos enseñado bien aquello que nos distingue como cristianos, que nos hace vivir con una alegría profunda y con algo mucho más grande: amor.
Te mando un nuevo saludo esperando que te encuentres bien. Quería reflexionar contigo sobre aquello que parece separarnos, cuando quizá estamos más cerca el uno del otro de lo que parece.
La antorcha olímpica avanza, de mano en mano, llena de vida y temblorosa. Viene de un lugar lejano. Trae un fuego. Busca llegar a una meta, a un destino. Cada transmisor es importante: si uno falla, si nadie cubre una parte del camino, esa llama tal vez morirá, lejos de su destino. Tal vez se extinguirá abandonada y sola.
Dios sigue entre nosotros. Sigue en cada obispo, en cada sacerdote, en cada cristiano que vive a fondo el Evangelio. Sigue en su cariño, en la lluvia y el sol, en el pan y en el hogar, en cada niño que nace y en la fidelidad de unos esposos que se aman con locura.
Dios no se cansa de amarnos, de buscarnos, de caminar a nuestro lado. Es verdad que a veces el mal parece tan grande que nos olvidamos de su amor, que pensamos en su silencio como si fuese debilidad o impotencia.
De niños nos gustaba buscar tesoros. De grandes nos gustaría encontrarlos, hacernos con ellos sin peligros y sin graves esfuerzos.
No es fácil encontrar un tesoro que valga de verdad. Para el cristiano, sin embargo, el tesoro ya está a nuestro alcance, es posible conseguirlo en cualquier lugar, en cualquier momento.
Es un estribillo de una canción escrita para niños: “Pero no importa: igual o diverso, cada quien tiene su lugar en este infinito universo...”
El profesor había dado una clase magistral. La química, la embriología, la paleontología, la botánica, la zoología: todo servía para probar la evolución. Darwin fue un genio (desde luego, había que mejorarlo), los neodarwinianos un portento, los etnólogos unos expertos, y... y los pobres creyentes, seres desfasados que todavía creen en la verdad de la Biblia y en el mito de que el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios.