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Haznos siervos tuyos de verdad


¿Por qué,
Señor, nos empeñamos en salvar nuestra vida por la comodidad, el
regalo, la estima, la sensualidad y la satisfacción de nuestro orgullo,
cuando en perderla por ti y como Tú está nuestra mayor riqueza?¡¡

¡Haznos servidores tuyos de verdad, marcados con el signo indeleble de tu cruz
en nuestros corazones y en nuestras vidas. Haz que sepamos recoger los
frutos de vida eterna para nosotros y nuestros hermanos del árbol
fecundo de la cruz!

Sólo hay un camino

No
se engañe: si quiere de veras ser santo, ser feliz, no hay más que un
camino, que ya nos lo trazó con toda claridad Jesucristo: "niéguese a
sí mismo" (Mt. 16,24). Y qué bien nos lo enseñó con su vida. Por eso
pudo decir sin rodeos: "aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón" (Mt 11,29). Éste es, mi querido hijo, el verdadero camino y no
hay otro. Ni se ha inventado, ni se puede inventar. Por eso, entréguese
sin reservas a la humildad y a la abnegación de sí mismo. Yo le

La santidad no es trabajo de un día

Quiero invitarle a tener paciencia consigo misma y con sus fallos y limitaciones. Piense que la santidad no es trabajo de un día, sino de toda la vida, que toda la vida es lucha con sus victorias y fracasos. Nada más tenga la seguridad de que, si usted lucha y se esfuerza, se encontrará al final de su camino con Cristo que le abrirá los brazos, a pesar de sus miserias y caídas, porque Él es Padre y conocerá su esfuerzo.

Sin mí nada podéis hacer

Meditad,
especialmente en el Evangelio según san Juan, todas aquellas acciones y
palabras de Jesucristo que inculcan esta verdad: recordad la parábola
de la verdadera vid, con la que Jesucristo nos explica el sentido
auténtico de aquella frase que ha de ser el acicate del apóstol
sinceramente entregado: "Sin mí no podéis hacer nada". ¿Por qué, si
Jesucristo dice que sus obras no son de Él sino de su Padre, nos
empeñamos nosotros en creer que la obra por excelencia de nuestra vida:

Siempre podemos dar mas a Cristo

Nodejemos que por nuestra culpa el Movimiento se convierta en un grupo de
almas buenas, pero nada más buenas. Yo siempre odié desde el fondo de
mi corazón la vida tranquila, sin demasiadas exigencias; quería ofrecer
a Cristo un grupo de incondicionales, prestos en cualquier momento para
realizar lo que Él les pidiera, afianzados en la fe y en el amor, para
superar toda dificultad, sobre todo, la del status quo permanente, la
del contentamiento con parciales generosidades, cuando el corazón no se
ha entregado totalmente a Cristo.