Meditad,
especialmente en el Evangelio según san Juan, todas aquellas acciones y
palabras de Jesucristo que inculcan esta verdad: recordad la parábola
de la verdadera vid, con la que Jesucristo nos explica el sentido
auténtico de aquella frase que ha de ser el acicate del apóstol
sinceramente entregado: "Sin mí no podéis hacer nada". ¿Por qué, si
Jesucristo dice que sus obras no son de Él sino de su Padre, nos
empeñamos nosotros en creer que la obra por excelencia de nuestra vida:
la santificación ha de ser obra exclusivamente nuestra?
¿No os parece que la raíz de todas nuestras amarguras, dudas y
desilusiones en la obra de nuestra santificación personal es la falta
de fe...? ¿Cómo debería inquietar santamente nuestra alma, víctima
tantas veces del orgullo y de la vanidad espiritual, y hacerla
despertar de su letargo aquella queja de Jesucristo a la samaritana:
¡"Si conocieras el don de Dios"!
¡Si
conociésemos el don de Dios, esa fe viva, esa confianza ciega, con qué
fervor se lo pediríamos y Él seguramente nos lo daría! Pero nosotros
nos empeñamos en hacer lo que el profeta Jeremías recrimina
dolorosamente a los hijos de Israel: "¡Los hijos de Israel se han
cavado cisternas rotas que no pueden contener el agua, y me han
abandonado a mí, fuente de aguas vivas...!"