Quiero invitarle a tener paciencia consigo misma y con sus fallos y limitaciones. Piense que la santidad no es trabajo de un día, sino de toda la vida, que toda la vida es lucha con sus victorias y fracasos. Nada más tenga la seguridad de que, si usted lucha y se esfuerza, se encontrará al final de su camino con Cristo que le abrirá los brazos, a pesar de sus miserias y caídas, porque Él es Padre y conocerá su esfuerzo.