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El consuelo divino

El dolor llega de muchas maneras a la propia vida. A veces por circunstancias y situaciones externas: una crisis económica, un terremoto, un accidente de tráfico, una epidemia. Otras veces, a través de personas concretas: un “amigo” que nos traiciona, un consejero que nos engaña, un prestamista que nos ahoga con su extorsión, un enemigo que consigue destruir nuestra fama...

Por qué me convertí al catolicismo

En una etapa histórica tan importante como la que vivimos, tan cercanos a la vida y a la muerte de Juan Pablo II, es lógico contemplar la molestia de pocos y la desorientación de muchos que, en definitiva, se manifiestan en contra de la Iglesia Católica, como seguramente lo harán en contra del futuro Papa. (Como si la incomprensión y los ataques fueran algo nuevo en la historia de la Iglesia).

Cómo uso ese tiempo que Dios me ha dado

¿Cómo uso yo este tiempo que Dios me ha dado? Es una verdad innegable que este minuto que se nos está pasando en este momento y se nos está yendo de las manos no vuelve jamás, jamás. Ya pasó, ya no es nuestro. Dios nos lo prestó en el tiempo. Pero ya pasó. Para atrás: nada. Hay que ver adelante. ¿Qué hacemos con ese tiempo que Dios nos da? ¿Cómo lo administro, cómo lo empleo? ¿De cara a nuestras pasiones, a nuestras preferencias, al mundo? ¿O de cara a Dios y a sus intereses e intereses de las almas, negándonos y olvidándonos de nosotros mismos?

Cuando un hombre está enamorado de Cristo

La garra apostólica, simple consecuencia de la fuerza de un amor que se lleva en el corazón. Cristo no puede vivir solamente en un corazón. Cuando un corazón posee a Cristo, lo derrama, lo comunica, lo da, lo regala. Cuando un hombre vive a Cristo, entonces sus palabras, sus gestos, su testimonio se hacen vehículo de Cristo. Cuando un hombre está enamorado de Cristo, entonces convence a los demás, entusiasma a los otros. Ésta es la garra apostólica. Es imposible amar a Cristo y no darlo; es imposible vivir a Cristo y no ser sal de la tierra.

Configuración con Cristo, obra de Espiritu Santo

Jesús se presenta a sí mismo como el camino, la verdad y la vida. Para el miembro del Movimiento es el modelo y el ejemplo que ha de seguir y reproducir en su propia vida, hasta llegar a la medida que Dios nuestro Señor tiene señalada para cada uno. Esta asimilación a la vida de Cristo es fundamentalmente obra del Espíritu Santo y no se realiza sin una ayuda permanente y eficaz de la gracia de Dios; pero, al tratarse de la acción de una creatura libre, tampoco se lleva a cabo sin el esfuerzo decidido y constante de la voluntad.

Colaborar con Él sin regateos

Jamás olvide la importancia que tiene para usted el vivir atento a las inspiraciones del Espíritu Santo y de colaborar con Él sin regateos y plenamente. Ese hombre integral que usted está formando en todos los ángulos de sus potencias y de su personalidad es imprescindible, para que en él el Espíritu Santo forje otro Cristo. Primero el hombre, después el santo.

Cristo, culmen de nuestras aspiraciones

Todo encuentro con Cristo nos trae paz, alegría, y es fuente de nuevas energías. Eso es porque el verdadero encuentro con Cristo supone un estado de amistad con Él, estado de gracia, lejos del pecado que es la tragedia más amarga del hombre, y lejos de nosotros mismos que somos egoísmo y miseria. El hombre encuentra en Cristo resucitado el culmen de sus aspiraciones y vuelve a ver, como en las aguas cristalinas de una fuente, el reflejo de la imagen que Dios le imprimió el día de su creación.

Cristo, el amigo fiel

Mi experiencia personal ha sido ésta: cuando todo me ha fallado: amistades, ayuda de los hombres; cuando la persecución se ha asomado a mis puertas, entonces lo único que me sostenía era la figura adorada y real de Cristo. Y el día de mañana, cuando los hombres se olviden de nosotros solamente una cruz, y en ella Cristo, seguirá abrazando nuestra sepultura como guardián eterno de una amistad comenzada en esta tierra.

Céntrese sólo en Jesucristo

Olvídese de todo y céntrese sólo en Cristo. Que Él y sus cosas sean la aspiración única de todos sus actos, y que nada lo distraiga o separe de esta meta. Que ese haber encontrado en Cristo su centro, no sea sólo un sedante psicológico o un misticismo romántico, sino un llenarse de madurez, de celo, de garra, de ansias de conquistarse cada día en profundidad y de darse con programa y exigencia a los demás.

Convenceos de Cristo

Convenceos de Cristo. No lo reduzcáis, como tantos otros, a una ilusión pasajera que llenó los años de la juventud de vuestra vida "mientras venían otras cosas"... otras cosas que los dejaron sin Cristo y sin ellos mismos; creyéndose maduros cuando habían destrozado la conciencia y sin freno, "liberados", hacían lo que les venía en gana: creyéndose maduros cuando se habían mezclado con los que bajaban a la fosa, sin rumbo, sin saber por qué, sin saber a dónde.