La garra apostólica, simple consecuencia de la fuerza de un amor que se lleva en el corazón. Cristo no puede vivir solamente en un corazón. Cuando un corazón posee a Cristo, lo derrama, lo comunica, lo da, lo regala. Cuando un hombre vive a Cristo, entonces sus palabras, sus gestos, su testimonio se hacen vehículo de Cristo. Cuando un hombre está enamorado de Cristo, entonces convence a los demás, entusiasma a los otros. Ésta es la garra apostólica. Es imposible amar a Cristo y no darlo; es imposible vivir a Cristo y no ser sal de la tierra. Por eso, la autenticidad del apostolado, la fuerza apostólica tienen su raíz en la posesión de Jesucristo. Solamente un rosal produce rosas bellas cuando sus raíces están sanas. Solamente hay garra cuando Cristo es rey del corazón.