En estos días, de repente y casi de la nada, aparece un enemigo del ser humano. Su tamaño es minúsculo, imperceptible a la simple mirada del hombre. Sin embargo, su poder puede ser letal. Ante su aparición no faltan falsos profetas que lo identifican como un castigo de Dios. Sin embargo, el verdadero creyente, con el don de la sabiduría puede aprender mucho de esta amenaza de tamaño minúsculo.
- Puede reconocer su vulnerabilidad y dejar a un lado la soberbia que lo hace sentirse Dios.
- Puede agradecer el don de la vida y cuidarla en todo momento.
- Puede aprender a valorar el tesoro de la salud.
- Puede poner en práctica los valores que coadyuven a la solución de esta crisis.
- Puede comprender que la solidaridad nos permite obtener mejores resultados. No basta el esfuerzo de uno. Necesitamos el esfuerzo de todos. México no puede estar dividido.
- Puede vivir la prudencia. Sabemos que un cinturón de seguridad, un tomarse del barandal al bajar o subir una escalera, un fijarse antes de cruzar una calle puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. También la prudencia puede evitar un contagio.
El valor de la vigilancia nos ayudará a estar atentos y bien informados para seguir todas las indicaciones que las autoridades competentes nos den.
El valor de la disciplina y la perseverancia nos recordarán que, no es suficiente usar una vez el tapabocas o lavarnos de vez en cuando las manos. Estos dos valores nos crearán hábitos de protección y seguridad.
El valor de la fortaleza nos enseñará a tener una sana alimentación y hacer ejercicio para tener más defensas. Pero también la fortaleza mental se puede desarrollar con paciencia, valentía, constancia y templanza.
La creatividad permitirá a las familias aprovechar el tiempo en que no hay clases o actividades. Se puede colaborar en los quehaceres del hogar, dar un repaso a los estudios, conversar o jugar en la familia.
La frase: “Los momentos difíciles pasan, pero el hombre permanece” nos recuerda el valor de la paciencia. No siempre la naturaleza y los acontecimientos llevan el ritmo que quisiéramos.
Cuando el ser humano sabe que está haciendo lo que le corresponde, tiene la seguridad y la esperanza de que los resultados serán positivos. Esto permite vivir el valor del optimismo.
Finalmente, el valor de la generosidad nos permitirá ayudar a quien lo necesite. Nos permitirá orar por los médicos, enfermeras, personal y autoridades que tiene a cargo la salud. En ocasiones no tenemos más que ofrecer, pero, estamos seguros que la oración es más poderosa que cualquier virus. ¡Y afortunadamente es contagiosa !