En las aventuras por la defensa de la vida, es frecuente encontrar hermosos casos de conversión: personas que descubren que nunca es demasiado tarde, ni está todo perdido, para volver a empezar. El nuevo comienzo, la nueva vida que se abre, está particular y misteriosamente enriquecida por la experiencia dolorosa de la persona, y testimonia su valor y dignidad insustituibles.
Esta es, por ejemplo, la historia de Sempronia (el nombre, y algún detalle están cambiados por respeto a su intimidad). Es la típica chica joven, que viene de la sierra a la gran ciudad para cursar estudios. En su pueblo la escolaridad llega hasta la secundaria, así que sus padres, con grandes sacrificios, consiguen enviarla a estudiar bachillerato en la ciudad. Sempronia comienza una vida de estrecheces y soledad en la metrópoli, sin nadie que vele directamente por ella. Tiene a su favor –o en su contra, quién sabe- que es de buen ver. Así que pasado un tiempo consigue trabajo como edecán. El plan es atractivo: en tiempos libres, noches, fines de semana asiste a eventos. Solo tiene que llevar minifalda, enseñar ombligo, espalda y un poco de escote. Le gusta gustar y le pagan por ello. Sale de su penuria económica y se encuentra metida en un ambiente festivo, conoce a otras muchachas como ella. Todo prometedor.
Termina la preparatoria, se inscribe en la universidad, su familia se ilusiona con sus estudios. Pero alcanza la mayoría de edad. La persona que la contrató le ofrece cambiar de giro. Ya es hora de superar lo de “edecán”, le ofrece ascender a “hostess”. Suena excelente, ¿en qué consiste? Se trata de que sea ahora “dama de compañía”, que acompañe a caballeros que por viajes de negocios, diversión, estrés o lo que sea, solicitan una acompañante. Sin embargo, la acompañante no solo debe dar plática, no se requiere que sepa cocinar o coser: fundamentalmente debe satisfacer las necesidades sexuales de los clientes. Es decir, la propuesta era invitarla a convertirse en “prostituta”, pero no como una “cualquiera”, no tenía que exhibirse en la calle; ella sería “de agencia”. Los servicios eran más extensos: no se reducían a la media hora del rigor, podrían durar una noche, un fin de semana, una semana…
Rápidamente se percató de que el nuevo “trabajo” era incompatible con la universidad. Pero, ¿para qué estudiar? En una noche podría ganar más que la primera quincena de trabajo cuando terminara la carrera, y sin esfuerzo. La pobre de Sempro abandonó los estudios. No fue fácil, tuvo que mentir y mucho a papás, compañeros, la persona que le rentaba la casa, etc. Pero como todo ser humano, con el tiempo adquirimos práctica y pericia para mentir. Vino el primer embarazo no deseado, el preservativo casi siempre funciona, ¡pero a veces no! Sin embargo Sempro era prostituta, no asesina. No quiso abortar, aunque lo pensó. Se animó y tuvo el niño.
Las mentiras fueron bastante elaboradas para explicar el origen del niño, pero total, los papás son gente sencilla del campo y Sempronia ya estaba bien curtida en estos adalides: se lo tragaron todo. Pero después vino el segundo, ¡otro preservativo roto! De nuevo la tentación –nada despreciable- de acabar todo por la vía fácil. Lo curioso es que el niño tenía muchos deseos de nacer, porque Sempronia tomó las “píldoras del día después”. Una pildorita no se siente como un aborto. Sin embargo, en esta ocasión no funcionó.
¿Qué sucedió finalmente? Sempronia se encontró con una organización que ayuda a mujeres con embarazos no deseados. Las apoya para a sacar adelante el embarazo con ayuda médica, psicológica y, lo más importante, humana. Se las trata con interés y cariño, que al fin y al cabo, es lo que mendigamos la mayor parte de los seres humanos. Recibe una información completa de los riesgos que comporta el aborto, así como el daño irreparable en la conciencia de las madres abortistas, sus trastornos psicológicos, etc. Le ayudan a descubrir que el feto, si bien en miniatura, es un verdadero ser humano. Le enseñan el valor y el sentido de la sexualidad, la dignidad de la mujer, y que no todo en esta vida es el dinero, sino que lo que realmente merece la pena requiere esfuerzo.
Sempronia comprende muy bien, es de buena inteligencia y el cariño le ayuda a entender mejor. Descubre que puede cambiar de vida, y lo hace. Entrega al segundo niño en adopción –no puede hacerse cargo de los dos- busca trabajo y ayudas para mantener al que le queda y costearse la carrera, que desea recomenzar. Se da cuenta de que Dios nunca la ha abandonado, descubre que siempre ha estado a su lado, y para agradecérselo, decide hacerse en catequista. La conversión está finalizada, solo resta pedir para que sea constante, ella lo sabe; la tentación del dinero fácil es más dura con la desesperación de la pobreza, pero ahora ella sabe que no está sola.