Si es cierto que las virtudes están enlazadas unas con otras, no es menos que conveniente centrarse en aquellas cuyo desarrollo es más propio de la edad del hijo. En niños menores de siete años lo propio es el desarrollo del orden, la sinceridad y la obediencia. De la intencionalidad de los padres en la educación depende buena parte el éxito de la misma. ¿De qué sirve saber qué virtudes debemos potenciar si no sabemos cómo?
Por medio de la autoevaluación de los padres, éstos estarán en mejores condiciones de tener éxito. No se trata tanto de analizar al hijo, como de autoanalizar la intencionalidad de los padres, qué buscan, y a partir de ello organizar y aprovechar actividades con el hijo, con el fin de que se interese y se esfuerce por conseguir el objetivo establecido.
Contestar con monosílabos, “sí” o “no”, no ayudará a aprovechar esta autoevaluación. Explique “cómo” y “en qué circunstancias”.
I. Orden
Se trata de una virtud básica que comienza a “trabajarse” desde antes de que el niño nazca. Entre la edad de 1 y 3 años es el periodo de máximo rendimiento y aprovechamiento.
– ¿El cuarto del hijo está amueblado de tal manera que le resulte fácil coger y guardar los juguetes o cosas que usa habitualmente? ¿Es él quien recoge, o, por comodidad y para no tener que exigir, lo hace el padre?
– ¿Se respeta en casa un horario mínimo: hora de levantarse, de acostarse, de comer, de jugar, etcétera, o por el contrario las cosas se hacen cuando “apetece”?
– Según va creciendo, ¿tiene un encargo en casa? ¿Se le exige responsabilidad en su cumplimiento? ¿Se le ayuda a realizarlo aunque “no le apetezca”?
– ¿Cuida la ropa, los juguetes para que no se estropeen y duren más tiempo? ¿Se le inculca el gusto por la limpieza y la higiene?
II. Sinceridad
Aunque todas las virtudes se inculcan con el ejemplo, quizás sea ésta una en la que el ejemplo es más importante.
– ¿Se mantiene en casa un ambiente de escucha e interés por lo que se cuenta? ¿Se aprovechan o provocan momentos en los que, con naturalidad, se charle (ejemplo: en la cocina mientras se recoge, limpiando el coche, etcétera)?
– ¿Se justifican en casa las mentiras “piadosas” y se usan como si no pasara nada, ejemplo: llama al teléfono alguien con quien no nos apetece hablar y decimos “que digan que no estoy”, me salto un semáforo en rojo y digo que no lo he visto?
– Antes de hablar, ¿pienso lo que voy a decir y a quién se lo voy a decir, o sólo me interesa que me escuchen?
– Cuando hablo con mi hijo o le cuento o leo cuentos, ¿le distingo lo que es fantasía de lo que es real?
– Ser sinceros es ser valientes. Cuando mi hijo reconoce que ha dicho una mentira, ¿le riño por haber mentido o le felicito por haber sido valiente al reconocerlo?
III. Obediencia
Quizá sea una de las virtudes más difíciles de conseguir por dos razones: porque socialmente se considera la obediencia como un ataque a la propia libertad, y porque exige un gran esfuerzo en hacerse obedecer.
– ¿Pienso que obedecer en mi trabajo, en mi vida social supone una negación de mi libertad?
– Por medio del deporte, los juegos, etcétera, en todo aquello que requiere un reglamento se uede inculcar el amor a la obediencia, ¿aprovecho esos momentos con mi hijo para ir explicándole para qué sirve obedecer?
– Cumplidos los cinco años de edad, ¿combino la exigencia con la explicación, dando razones para obedecer a mi hijo, por ejemplo el amor a sus padres?
– ¿Ejerzo la autoridad con firmeza, buscando y exigiendo que el hijo obedezca a la primera, o por comodidad digo las casas y no exijo su cumplimiento?