Una carta desde Japón. La lección de un pueblo
Junto al el desastre ocurrido con el sismo en Japón no han faltado actitudes positivas que nos dan una lección. Un ejemplo es la siguiente carta que escribe una joven desde Japón.
Junto al el desastre ocurrido con el sismo en Japón no han faltado actitudes positivas que nos dan una lección. Un ejemplo es la siguiente carta que escribe una joven desde Japón.
¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? Esa es la frase completa. Una pregunta que muchas veces nos hacemos ante una situación como la de Haití o la del terremoto de la ciudad de México, que cumplirá ya 25 años. Una pregunta que lleva a algunos a decir que no hay Dios, o que, si lo hay, no le importa su creación.
Como en el tsunami que arrasó Sumatra en 2004, muchos periodistas y conductores lanzan preguntas —dizque sarcásticas, dizque sesudas-—como ésta que escuché en la radio: ¿Y dónde estaba Dios el pasado martes 12 de enero, cuando un sismo se cobró más de cien mil vidas en Haití?
Todos nosotros nos hemos quedado horrorizados en estos días por las escenas de muerte y destrucción en Haití. Millones de nosotros hemos buscado el modo de aliviar el sufrimiento allí.
Esta pregunta suele resonar en momentos catastróficos de la humanidad. Guardamos memoria reciente de algunos cercanos en el tiempo: las dos guerras mundiales, las masacres comunistas, el holocausto judío, los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki, la persecución religiosa en México, el terremoto de 1985, las inundaciones en Nueva Orleans y los bombardeos israelíes sobre Líbano. La catástrofe ha vuelto a oscurecer nuestras vidas; ahora sobre Haití, con el terremoto que devastara Puerto Príncipe el 12 de enero.
La tragedia del terremoto que ha asolado Haití el pasado 12 de enero de 2010 me sugiere, dentro del dolor y la impotencia ante lo que está ocurriendo, cinco motivos de reflexión.
Pasado un poco de tiempo, superada la primera impresión, cuando ya hemos sido capaces de reflexionar, surgen inquietantes las preguntas: ¿por qué? si uno además tiene una perspectiva religiosa, si cree en Dios y confiesa su omnipotencia, da el siguiente paso: ¿por qué lo permitió Dios? Desde una perspectiva evolucionista, por ejemplo, la tragedia no supone ningún problema intelectual: todo se explica por el azar y la casualidad, no hay necesidad de buscar ulteriores respuestas. La fe en cambio no nos deja tan tranquilos.
El 12 de enero de 2010 ha marcado la historia. Un devastador terremoto destruyó Haití, dejando decenas de miles de muertos y centenares de miles sin hogar. Inmediatamente la comunidad internacional manifestó su apoyo, y voces autorizadas como Benedicto XVI pidieron ayuda para los damnificados.
No dejan de ser inquietantes las imágenes que los medios de comunicación nos transmiten sobre la tragedia de Haití. Esas imágenes nos interpelan: ¿qué puedo hacer yo? Es preciso sensibilizar la conciencia, porque desgraciadamente podemos acostumbrarnos al sufrimiento ajeno y presenciarlo como espectadores pasivos, como aquel que ve una película, y que al terminar la proyección pasa a otra cosa: unas palomitas, una cena…
Omnipotente y sempiterno Dios, que miras la tierra y la haces temblar:
perdona a los que te temen;
sé propicio con quienes nos espantamos de la ira que sacude los cimientos de la tierra,
para que sintamos continuamente la clemencia que sana sus cuarteamientos.
Amén