¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? Esa es la frase completa. Una pregunta que muchas veces nos hacemos ante una situación como la de Haití o la del terremoto de la ciudad de México, que cumplirá ya 25 años. Una pregunta que lleva a algunos a decir que no hay Dios, o que, si lo hay, no le importa su creación.
Y no es una pregunta trivial. Es una pregunta muy importante; todos nos la hemos hecho. Jesús mismo lo hizo en la Cruz: Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? La respuesta humana es descorazonadora. O yo no le importo a Dios o soy tan malo que Él me está castigando. Estas respuestas vienen de una clara tentación. Porque las respuestas humanas nos llevan a pensar o que Dios no existe, o que es malo, o que nosotros somos tan malos que Dios no nos quiere.
Ante esta pregunta, solo la fe puede responder. Primero, creemos que la muerte no es el final. Creemos que es el inicio de una vida mejor. Y por eso creemos que esos niños, esos hombres y mujeres buenos que murieron en Haití pasaron de una vida de pobreza y marginación a una vida muchísimo mejor. De una vida corta a una vida que no se acaba; una en que Dios se mostrará cara a cara y nos hará ver sin velos todo su amor. Pero, para quién no cree en una vida eterna, no hay peor calamidad que la muerte.
Bien, dirá alguno. Eso lo puedo aceptar. Pero, ¿qué hay de los que no murieron? ¿Qué hay de los que ya eran pobres y perdieron lo poquísimo que tenían? ¿Qué de los niños que quedaron huérfanos, de hombres y mujeres que quedaron viudos, de los que quedaron lisiados e impedidos para sostenerse o sostener a sus familias? A ellos, ¿no los ama Dios?
Estoy seguro de que mi respuesta no convencerá a quienes no creen ni a muchos que creen. Pero esta es mi respuesta. Creo que Dios muestra su amor de muchos modos. Creo que lo muestra a través de nosotros, sus creaturas. Una catástrofe como esta u otras muchas más pequeñas que ocurren a nuestro alrededor tienen la capacidad de mover nuestro corazón endurecido. Las calamidades sacan a flote lo mejor de las personas… y también lo peor. Si la catástrofe de Haití nos mueve de nuestra cómoda conformidad y nos lleva a preocuparnos por estos pobres y otros muchos que están a nuestro alrededor, si nos lleva a hacer algo por ellos, no sólo mientras están en los medios, sino de un modo permanente, entonces esta calamidad y otras muchas habrán generado un bien. Y puede ser —no lo sé con certeza— que por eso Dios permite que cosas malas le pasen a personas buenas.