La tragedia del terremoto que ha asolado Haití el pasado 12 de enero de 2010 me sugiere, dentro del dolor y la impotencia ante lo que está ocurriendo, cinco motivos de reflexión.
Primero.-Los laicistas aprovechan para cuestionar la bondad de Dios e, incluso, su propia existencia o atributo de Todopoderoso, llegando, al más puro estilo marxista, a culpar de todo lo ocurrido a Dios (en EE.UU. un senador demócrata llegó a presentar en 2007 una demanda judicial de reclamación de daños contra Dios, en Nebraska, al que hacía culpable de las “nefastas catástrofes que provocan muerte”). Pero la gran mayoría, por el contrario, ve fortalecida su fe en Dios porque existen explicaciones racionales científicas y bíblicas para tales sucesos; y entienden que al final, el Juez de todo el Universo hará lo que es justo, y ponen su empeño en trabajar para ayudarse a sí mismos o a sus más próximos, cuyas vidas han sido afectadas por el cataclismo.
Segundo.- Estos terribles hechos también sirven para reconocer nuestra frágil condición humana tan llena de debilidades, tanto físicas como sociales (casi siempre los que resultan más dañados son los más pobres y desfavorecidos) y deficiencias políticas (los tremendos daños suelen ocurrir o agravarse en los países cuya clase política y funcionarios se nutren de la corrupción y de la violación de los derechos y libertades más básicas y elementales, aunque, ciertamente, ante fenómenos de esta naturaleza, todos estamos indefensos). Por eso, esto nos lleva a sentir como algo natural la necesidad de solidaridad, a reconocer que en la vida, frente a las necesidades comunes, todos necesitamos de todos para salir adelante. Ante el dolor no podemos hacer ninguna distinción de raza, religión o condición social para ponernos manos a la obra.
Tercero.- Dios creó el mundo tal como es; y en la naturaleza -que es bella- ocurren normalmente esos tipos de desastres (por eso llamados “naturales”) y el ser humano debe adquirir los conocimientos científicos necesarios para dominarla, en aquello en que ella fuese dominable. El mundo está gobernado por leyes naturales establecidas en la Creación, las cuales hay que obedecer o sufrir las consecuencias. Un terremoto es el movimiento violento del planeta, causado por la brusca liberación de energía acumulada durante un largo tiempo, como consecuencia del desplazamiento de las placas tectónicas que conforman la corteza de la Tierra que, aunque habitualmente son movimientos lentos e imperceptibles, en algunos casos suponen un fuerte choque entre sí que provoca la ruptura o superposición de una placa sobre otra, lo que lo origina (y, si no se detecta adecuadamente por el sismógrafo, o las edificaciones no están preparadas, provoca los tremendos daños que hemos visto). Las mismas leyes que gobiernan la gravedad, la materia en movimiento, o fenómenos similares, también gobiernan las condiciones geológicas/meteorológicas.
Cuarto.- Además, algunos desastres puede ser el subproducto de algo que en sí mismo es bueno (si hay montañas para subir, deben también haber valles en los cuales uno puede caer; y si llueve en demasía, lo que palía la sequía, el resultado puede incluir inundaciones) o que hace resurgir en el ser humano el valor de la caridad, la ayuda solidaria, la justa distribución de los recursos, la erradicación de la pobreza, el voluntariado, la generosidad, la entrega, el amor, ….que ennoblecen a la especie humana, creada a imagen y semejanza de Dios.
Quinto.- Dios desea la felicidad del ser humano y, según nos dejó bien demostrado Nuestro Señor Jesucristo a través de su vida pública, su opción es clara: evitar o paliar los sufrimientos. El dolor es camino de resurrección porque desde que el Señor sufrió y murió en la Cruz por todos nosotros, entendemos que todo dolor sirve para algo, que en sus manos ningún dolor ni sufrimiento se pierde.