Padre Fernando Pascual L.C.
Con el trabajo el hombre muestra sus riquezas y sus contradicciones más profundas. Puede cultivar la tierra para dar pan a pueblos y ciudades o para mantener el negocio de la droga. Puede construir casas seguras o edificios llenos de peligros ocultos. Puede publicar libros para promover la cultura o para reencender odios y provocar conflictos. Por eso conviene buscar, pensar y ofrecer ideas para humanizar el trabajo, para orientarlo hacia el bien según la dignidad propia de la persona humana.
Hace falta aprender a dialogar. Porque el diálogo permite construir puentes desde los que dos o más personas pueden avanzar hacia el verdad.
Pero hay algunas condiciones sin las cuales no se da un verdadero diálogo, sino sucedáneos débiles y pobres del mismo. Ahora queremos fijarnos en una: la pretensión de poseer la verdad (o una parte de la misma).
La vida terrena de san Juan de la Cruz llega a su fin. Su historia ha estado marcada por mil dolores y sufrimientos. En todo, a pesar de todo, ha podido descubrir, entrever, algo grande, sublime, hermoso: la cercanía de Dios, el Amor de un Dios que da y se da sin medida.
Juan Yepes había nacido en Fontiveros en 1542. De niño vivió en una pobreza que rayaba en la miseria. Su padre murió desheredado, cuando Juan todavía era un niño. Su madre tuvo que mantener a tres hijos en una situación económica muy precaria.
Pablo Meléndez Gonzalo, padre de familia numerosa, abogado y periodista, había nacido en Valencia (España) el 7 de noviembre de 1876. A los 14 años perdió a su padre. Desde ese momento, dedicó el tiempo disponible que le dejaba la escuela para ayudar a su madre y a otros 6 hermanos menores que él.
Una de las señales más claras de autenticidad cristiana es la obediencia. Un santo obedece cuando llega una orden difícil, quizá incluso una condena incomprensible que deciden los superiores. Es difícil explicarlo a las personas que están fuera de la Iglesia, a quienes sólo piensan en clave de derechos y de deberes, de normas y de justicia. Es difícil, hemos de reconocerlo, explicarlo también a muchos católicos, que no entienden por qué un laico ejemplar o un sacerdote bueno sufren un castigo, son dejados de lado, señalados como culpables sin ningún proceso.
María-Teresa, en plena adolescencia, entra a formar parte de la Congregación mariana del Instituto donde realiza sus estudios. Recibe una medalla de la Virgen. Detrás de ella puede escribir una frase, escogida libremente. Después de reflexionar un poco, formula esta breve oración: “Madre mía, que quien me mire, te vea”.
María-Teresa González-Quevedo había nacido en Madrid el 12 de abril de 1930. Su familia vive en la capital de España, y ofrece a la hija y a sus otros dos hijos una buena educación cristiana.
El siglo XX puede ser llamado “el siglo de los mártires”. Así lo ha escrito un estudioso italiano, Andrea Riccardi, en un libro que lleva precisamente ese título.
Un preludio a la sangre de tantos mártires del siglo XX tuvo lugar en China, justo en el año 1900. Estos hermanos nuestros dieron su vida para confesar el Amor de Dios presente en el mundo. Querían gritar su fe en Jesucristo en las tierras de una nación inmensa, entre un pueblo que todavía anhela el anuncio de la salvación.
André Frossard, pensador francés del siglo XX, había nacido el 14 de enero de 1915 en Colombier-Châtelot (Francia). Su educación fue completamente atea o, mejor, ni siquiera atea: en su ambiente familiar se pensaba que ya era “anticuado” el oponerse a los creyentes, el luchar contra la religión. La religión no tenía ningún valor: no valía ni siquiera para ser combatida...
Antes y durante el funeral de Juan Pablo II, en la mañana del viernes 8 de abril de 2005, eran visibles varias pancartas con este escrito: “Santo subito” (que podríamos traducir como “¡santo ya!”). La gente acogió este slogan, y lo hizo grito varias veces: “¡santo, santo, santo!”
Renzo Buricchi está ya en la ciudad de Prato. Con un especial sentido de observación, descubre lo que está escondido en muchos de los clientes que acuden al Bar Tabaquería.
Pronto empieza a lanzar a los que allí entran, de vez en cuando, una palabra que sorprende a quien la recibe, porque se siente descubierto, conocido, traspasado...