Padre Fernando Pascual L.C.
Durante décadas se ha hablado de la “vocación” del maestro. Se pensaba que una tarea tan importante implicaba algo especial, un don por el cual un hombre o una mujer entregaba lo mejor de su vida y de su tiempo al servicio de los niños y jóvenes de nuestras escuelas.
Los silencios del microscopio
El microscopio permanece en silencio. Sus poderes quedan en potencia mientras espera que algún ojo y, sobre todo, alguna mente, se asome a sus cristales de aumento. Espera que alguien lo use, que lo tome, que observe horizontes insospechados de vida y de materia, que piense, que estudie y que decida.
Como en la historia de Hércules, cada hombre encuentra ante sí dos caminos: el del vicio y el de la virtud.
El camino del vicio se presenta fácil, lleno de placeres y ganancias, sencillo y asequible. Promete conseguir alegrías inmediatas sin tener que pasar a través de esfuerzos incómodos. Invita a superar categorías “anticuadas” y “represivas” (pecado, juicio, infierno) para disfrutar al máximo este tiempo caduco y lleno de emociones.
Enseñar ha sido siempre un reto humano. Y todo reto implica que hay algo difícil que conseguir, pero que vale la pena el esfuerzo por lograrlo.
Enseñar algo que valga la pena resulta todavía más difícil que enseñar lo primero que pueda pasarse por nuestra cabeza. Porque "lo que vale la pena" cuesta, y lo que cuesta exige dejar otras cosas que pueden ser más fáciles o más "productivas", pero menos valiosas.
Una pena profunda en personas adultas, y también en jóvenes ya más maduros, es el constatar faltas profundas en la propia formación. Muchas de esas faltas son, hay que confesarlo con dolor, resultado de la propia pereza: son faltas culpables. Cuando uno podía formarse bien trabajó poco, y ahora llora su incompetencia culpable, sus defectos arraigados, su pobreza humana y espiritual.
Lo que de mí depende...
Epicteto era un sabio que vivió entre los siglos I y II después de Cristo.
En uno de sus escritos nos invita a distinguir entre las cosas que dependen de nosotros, y las que no están en nuestro poder. Quien reconoce la diferencia que existe entre lo uno y lo otro, vivirá sabiamente. Trabajará por hacer bien eso que está en sus manos. Acogerá, con serena resignación, aquello que “ocurre” sin haber podido hacer nada por evitarlo.
Los tribunales existen para impartir justicia. Pero en no pocas ocasiones, la sentencia de los jueces implica apartarse, con mayor o menor gravedad, de la justicia que se pretendía promover, si es que la sentencia no llega a convertirse en una forma sutil y no por ello menos grave de injusticia.
Podemos señalar, entre otras, tres causas que impiden que los jueces sean justos.
No todas las libertades son idénticas. Existen libertades eliminadas, libertades fracasadas y libertades realizadas.
Se dice que todo hombre y toda mujer nacen libres. En realidad, la libertad es algo que se construye, que se conquista, que se desarrolla un poco cada día.
Encontramos, así, que hay muchos seres humanos que nunca pudieron ejercer su libertad. Son “libertades eliminadas”.
Unos, porque murieron o fueron suprimidos antes de nacer.
La libertad nos permite amar y odiar, ayudar y escapar, dar a los demás o acumular para un mismo. Somos libres para ser fieles al matrimonio o para traicionar a quien nos quiere de veras. Para obedecer a los padres o para guardar un silencio de hielo si nos preguntan qué hicimos anoche. Para cumplir con los deberes profesionales o para robar un poco de dinero o algún utensilio de la oficina.
Las normas, si son justas, ayudan a armonizar la convivencia entre las personas y los grupos, establecen líneas de actuación para facilitar los comportamientos, permiten distinguir entre lo permitido y lo prohibido.